viernes, 7 de febrero de 2014

Febrero 7

Paso todo el día escribiendo y cuando llego a mi casa, y me siento delante del computador para escribir una nueva entrada en este blog, me doy cuenta de que podría escribir aún más. Llevo nosécuantos años escribiendo, pensando como escritor, soñando como escritor, viviendo con la certeza de que todo lo que vea, sienta, piense o sufra, va a terminar invariablemente en una hoja de papel, virtual o real.

Pero a veces llego a una casa que ya no es la mia, aunque allí se mantenga un cuarto que me perteneció en el que se arruman mis cosas. Entonces no escribo, leo y pienso.

Ayer en mi vuelo, cada una de los pasajeros tenía al frente una pequeña pantalla en la que se repetía incesantemente un video. El resto del mundo parecía tranquilo, feliz. Contento con tener una imagen en movimiento y sonidos para distraer los sentidos de sus pensamientos. Recorri el pasillo con la mirada y ver todas las pantallas activadas al tiempo con las mismas imágenes, me estremeció. Sentí ansiedad y miedo. Me dieron ganas de vomitar.

Ayer no quería llegar a la casa en que me estoy quedando y prender mi computador. Quería estar lejos de las pantallas luminosas. Quería esperar hasta volver a sentir mi pantalla como mi oasis, y no como la replicación de todas las demás. Quiero volver a creer, por un par de días al menos, que puedo escoger lo que veo, que no soy una oveja más en el rebaño pantallavidente.

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