viernes, 13 de marzo de 2015

72. Fragmento

Mi tio Arturo se fue de la ciudad, abandonando a su esposa embarazada. Unos días más tarde, llamó para tranquilizarnos, dijo que deseaba comer suricato y que, una vez lo probara, volvería.

Alondra nació mientras su padre seguía ausente. Y, antes de que se cumpliera dos meses, desapareció con su madre. Ella, que pasaba las noches desvelada mirando, por las ventanas, hacia un horizonte lejano que imaginaba más allá de los edificios, del mar, de las gaviotas, de los barcos, de las montañas que no veía, del desierto del Sahara y el canal de Suez, se marchó un sabado en el vuelo de las 10:45. Se había despedido de nosotros con cariño, nos invitó a cenar, nos sirvió vino y nos dijo que planeaba irse, que nos extrañaría pero que no podía quedarse allí al pie de la sombra de un hombre que no estaba.

Nunca volvimos a saber de ella, nunca nos mandó un mensaje, o una postal que dijera: Estoy recorriendo las calles de Jerusalen y me acordé de ustedes

A mi tio le tomó tres años encontrar un lugar en el que pudiera comer el suricato tierno, jugoso y asado al carbón que había soñado. A su regreso sólo quería hablar de los ciervos danzantes del serengueti, cuando millones y millones de ellos corren como si fueran un solo animal con un cuerpo extenso que se estremece ritmicamente, como si todos se hubieran puesto de acuerdo para bailar; de las risas de las hienas, que le habían perseguido durante casi todo su viaje, como si el eco de ellas se le hubiera quedado atrapado en un oído, y de los leones, esos gatos grandes por los que se había sentido siempre tan fascinado, de sus melenas oscuras y rubias, de la manera en que al despertar se estiran elasticamente, de sus ojos curiosos, de sus colmillos ambar, de sus patas suaves y firmes como una almohada, de sus uñas largas que le habían producido una cicatriz. Eso era todo de lo que hablaba, pero de Adriana y Alondra, ni una palabra.

martes, 10 de marzo de 2015

69. Tiramisú.

Me dió rabia. Podría dejarlo allí, decir que me dió rabia y olvidarme de eso, seguir con mi vida, no escribir nada, dejar así. Podría pero no quiero, y no solo porque me dio rabia y todavía me hierve la sangre sino porque necesito escribirlo.

Resulta que el domingo me trasnoché preparando un postre para hoy. Quería hacer algo realmente especial y rico, por eso compré todo lo que necesitaría para hacer un tiramisú. Empecé a hacerlo a eso de las 11. Como siempre, me lastimé la mano rallando el chocolate; como siempre, me quemé sacando cosas del horno; como siempre, me quedó delicioso.  Y, pues nada, le dediqué unas tres horas a hacer un muy buen tiramisú y me fui a acostar con dolores en la mano y la espalda.

Hoy salí particularmente temprano de la casa, no quería usar transmilenio porque, con los apretujamientos, me podían aplastar los moldecitos de tiramisú.  Estaban bien frios y el bus no se llenó demasiado, así que seguían teniendo buena temperatura y dureza al llegar a clases. Conseguí que me los guardaran en la nevera de la cafetería por un rato. Luego, a las seis, los fuí a buscar y los subí al salón.


El desastre fue a la hora de servirlo. Yo había olvidado llevar un cuchillo, y nadie tenía. Me acerqué a la señora mayor que parecía tener el pulso más firme y le pedí que me ayudara, ella dijo: "las mujeres somos siempre recursivas" y procedió a cortar el tiramisú con un sacacorchos.

¡¡¡CON UN SACACORCHOS!!!

Y luego lo sirvió en unas bases triangulares de esas de pizza, esto sí con mi aprobación porque no había platos.

El problema no es la señora, es que nadie se lo haya querido comer, desperdicié un 20% del tiramisu ofreciendoselo a gente que solo le puso mala cara y lo arrojó a la basura. Eso me dolió, mucho. Y me dió mucha rabia porque, ya de por sí, el día había empezado un poco mal con todo el asunto de que había escrito un texto para la clase que me había entristecido y dejado insatisfecho.

viernes, 6 de marzo de 2015

65. Ventíun minutos II

Erase una vez

... un niño al que le regalaron una guitarra 
y se vio obligado a aprender a tocarla.

... un niño que estaba aprendiendo a tocar la guitarra 
pero le interesaba más el silencio que la música.

... un niño que amaba el silencio hasta 
que escuchó a una niña tocar el violín.

... una niña que no quería aprender a tocar instrumentos 
musicales, pero a la que no le hacían falta instrumentos 
para exudar música por todos los poros.

... una niña musical que sacudió el silencio
 de un niño, y luego se fue.

... una niña que creció podía hacer que el mundo 
bailara, pero que jamás se dio cuenta.
 
... un niño que creció para convertirse en un joven 
que extrañaba una época en la que el mundo parecía 
tener ritmo, en que las canciones le hablaban.

... un niño y una niña que crecieron y volvieron 
a encontrarse, y se hicieron amigos, como debería 
haber sido desde el principio, y sus vidas, 
su silencio y su música se entrelazaron.

... dos niños que habían crecido y se sentían felices 
juntos, completos, cómodos y creyeron que podían 
quedarse así para siempre.

... un ahogado que atinó a cruzarse en la playa con estos dos 
niños que habían crecido, que tenía la piel pálida, los brazos 
doblados y rígidos, y la boca espumosa como la boca de una 
perra que la niña había tenido. Un ahogado que los tocó a 
ambos, que estremeció los cimientos de sus vidas.

... una niña que miró su futuro y se sintió sola, sola, sola 
y quiso salir corriendo, sin jamás detenerse, huir y huir 
hacia donde no pudiera alcanzarla la muerte.

... un niño que miró su futuro y se sintió débil, débil, débil y 
quiso enterrarse bajo la arena y nunca más volver a salir.

... una promesa que un niño que se sentía débil, débil, débil, 
que no se enterró bajo la arena, le hizo a una niña que se sentía 
sola, sola, sola, que unos meses después empezaría a correr 
hacia un lugar en el que la muerte no pudiera alcanzarla.

... una niña que se convirtió en mujer y se mudó a otro país 
con su mejor amiga y que corría hacia todos lados a la vez, 
que estaba en todas partes al tiempo, que dormía apenas 
lo justo para nunca quedarse demasiado quieta, 
a la que la muerte alcanzó.

... un carro en el que iban dos mejores amigas, una mujer
 que corría y una mujer que bailaba. Un carro que 
salió de su vía por un par de segundos.

... un par de segundos que fueron suficientes para que dos 
carros se encontraran frente a frente, para que un cinturón 
de seguridad defectuoso fallara, para que las vertebras 
de una mujer se rompieran, para que un mundo entero 
se viniera abajo, para que todo diera vueltas y vueltas;
para que la mujer que corría supiera que no podía huir.

... una mujer que bailaba que perdió el uso de sus extremidades, 
pero que jamás quiso culpar a su amiga.

... un hombre llamado Julio, que siguió al lado de la mujer que 
bailaba, a pesar de todo. Un hombre que sabía muy bien a 
quien culpar, no al destino, no al cinturón, no a la suerte ni 
a Dios sino a una mujer que había conocido toda su vida.

... una mujer que corría que descubrió que estaba sola, sola, 
sola y cansada. Una mujer que había estado sufriendo de 
intensos dolores de cabeza, que en ocasiones olvidaba 
lo que estaba haciendo, a la que cada vez le costaba 
más trabajo leer. Una mujer que estaba muriendo 
y demasiado cansada para luchar.

... un hombre que se sentía débil, débil, débil. Un hombre 
que quería enterrarse bajo la arena y no lo hacía 
porque alguien lo necesitaba. Un hombre al que 
le recordaron una promesa y aceptó cumplirla.

... una mujer que ya no tenía fuerzas para correr, que había 
decidido morirse, y un hombre que había prometido no 
dejarla sola pero empezaba a cuestionarse si quizás podría 
salvarla. Una mujer que le abrió la puerta un día, y ante 
sus ojos, sin avisarle antes, se tomo un vaso con pastillas 
pulverizadas. Un hombre que la ayudó a acostarse en los 
cojines fosforescentes que componían la sala de la mujer,
 y se sentó al lado de ella a contarle las últimas historias.

... una mujer a la que la muerte alcanzó en veintiún minutos
 y un hombre que sostuvo su mano todo el tiempo 
aunque se sintiera otra vez débil, débil, débil, 
y le temblara todo el cuerpo. Un hombre que puso 
bajo la nariz de la mujer un espejo. Un hombre que 
abandonó el apartamento sin que hubiera 
pasado media hora desde que había llegado.

... un hombre que se sentó en las escaleras temblando y 
sintiéndose débil, débil, débil. Un hombre 
que pensó en que siempre era ella la que se iba
 primero, la que lo abandonaba, la que se llevaba la música 
y le dejaba a él sólo un silencio que pesaba más que 
antes de que ella llegara.

jueves, 5 de marzo de 2015

64. 21 minutos I

Miré mi celular cuando salí de su apartamento. No había pasado media hora pero me sentía agotado. Me senté en las escaleras sin pensar en nada. Procesaba lentamente la idea de no volver a verla nunca más.

Es curioso como funcionan los recuerdos. Uno piensa, por ejemplo, en una película y recuerda el teatro en que la vio, incluso recupera su aroma lácteo dulzón; rememora la sensación entre táctil y auditiva del suelo pegachento, mira de nuevo el verde de las paredes de los baños, y escucha el dum dum dum de los bajos. En ese último día, yo la miraba a ella pero no la veía como era en el momento. Ni siquiera evocaba a la mujer triste que había reencontrado unos meses antes. Veía a esa jovencita a la que había conocido, con un violín al hombro, en las aulas de Bellas Artes. Ella, con su vestido rojo, como de muñeca, su cabeza inclinada, y sus ojos abiertos y ausentes.

Pero, una vez empiezo a escribir sobre ella y esa tarde, otros momentos vienen a mi memoria. Recuerdo, por ejemplo que un día me contó —y quisiera ser más preciso con la fecha pero me es imposible— que había empezado a recordar cosas en las que hacía mucho tiempo no pensaba. Recordaba particularmente a una perra que había tenido muy niña, un animal amarillo y pequeño de patas cortas y orejas puntiagudas.

—Sobgue todo me acuegdo del día que la matagon. Estaba en el patio, amaggada como paga bañagla, y tenía el hocico espumoso. Chillaba y quise cogueg a ella, abrazagla y decigle que todo iba a estag bien. Ni siquiega pude llegar al patio. Mamá me alzó entgue sus brazos y me llevó al cuagto de mi abuelita. Y guecuegdo clagamente una explosión como de un globo que se guevienta. — 

Laura tenía una abuela viuda con la que compartía el cuarto. Cada noche, se levantaba en la madrugada, agarraba su almohada y se iba a buscar el calor de su abuela. Se acostaba a su lado y allí amanecía.

—Miga, yo no me acuegdo si era gogda o flaca, no sé ni cuantos años tenía, ni si goncaba, peaba o pateaba, lo que guecuegdo es que me gustaba dogmig con ella, hasta que se fue. Yo debía teneg seis años cuando guegguesé del colegio y la cama de mi abuela ya no estaba. No llogué,creo que no llogué, segugo tenía otgas cosas en la cabeza. Dugante años, de vegdad, cgueí que vivía en otga parte, le mandaba una cagta en navidad y otga en su cumpleaños. Lo que me paguece inquietante, es que yo dogmía con ella cuando ocuguió, pego es tiegno al tiempo ¿entiendes?, pensag que esa última noche que vivió haya tenido mi cuegpo pequeño contga sus costillas, que quizás esa haya sido su última sensación-.

 A mí me daba envidia cuando ella contaba esas cosas. Mi infancia había sido terriblemente feliz, aburrida, tradicional. Había peleado, robado, engañado, mordido, arañado, había jugado con mis amigos, me había aburrido soberanamente y había inventado enfermedades para no ir a misa o al colegio. Había sido un niño más del montón.

 Desde que regresó, la visité todas las noches. Salía del trabajo y me dirigía a donde ella. Tocaba a su puerta y ella me dejaba entrar, nos acomodábamos en los cojines fosforescentes que componían su sala y ella cantaba. Se hacía a mi lado, y casi susurrando pero dulcemente cantaba: Esta noche amigo mio, el alcohol nos ha embguiagado, que me impogta que se guían, que nos llamen los magueados.

Entonces yo le contaba una historia que le hiciera reír, y ella cantaba de nuevo. Entre cantos e historias, íbamos hablando de todo un poco y cuando se hacía tarde la acompañaba a su cuarto y me quedaba con ella hasta que pudiera conciliar el sueño.

En las últimas noches, varias veces me dijo que cada día se acordaba más de Camila, su mejor amiga. Yo jamás conocí a Camila en persona pero la primera vez que la vi en una foto se me ocurrió que era la mujer más hermosa que había visto. Durante meses le insistí a Laura que debía presentármela. —Ustedes dos serían una linda pareja—me decía—pero no me gusta la idea de que tu mundo y el de ella se junten. Ustedes me gustan en mundos separados, como debe ser.

Eventualmente dejé de insistir, Laura era así, terca.

Una tarde le robé una foto a Laura, es de las pocas cosas que me quedan de ella. Es de un cumpleaños. Laura debía tener 7 o 8 años. Camila está sentada en el centro, tiene el pelo corto y los ojos llorosos, es una niña divina, un ángel diminuto vestido de azul celeste. A un lado de ella está un niño de pantalón corto, rodillas costrosas, zapatos desatados y una cara sonriente y sucia de tierra. Al otro lado está Laura, de medio lado, agitando el dedo y con cara de estar regañando al niño, que es Julio. Alrededor de ellos hay unos diez niños más. En el fondo hay un niño cuya cara está cubierta por un brazo, viste una camisa blanca con figuras de colores, está de pie, derecho. Parece ser el único que ya está preparado para la foto. Los otros están reunidos pero siguen jugando, gritando, saltando; se requerirá aún algo de tiempo para formarlos. Él, en cambio, está firme. —Ese egues tú—me decía Laura—es idéntico a ti.

 No era yo, pero me gustaba imaginar que lo era. Hubiera querido estar allí, conocerla entonces, compartir con ella recuerdos, hacer parte de sus otros mundos.

Hay muchas historias en esa foto, supongo, pero sólo conozco una, la de Camila y Julio. Camila lloraba por su pelo, que hasta ese día había sido el más largo y bonito del curso. Julio sonreía intentando calmarla, le decía chistes, hacía sonidos graciosos; se sentía culpable. Laura lo regañaba porque había sido él quien le embarró un chicle en el pelo a Camila y, lo que es peor, había sido él mismo quién le había cortado, con una tijera roma, los primeros mechones de cabello. Luego los adultos, y con esto se entiende las mujeres, no habían podido hacer más que emparejarlo.

Esa misma noche, me contó Laura, su madre se sentó en su cama y le dijo que los niños se portan mal con las niñas que quieren. —A mí todo eso me pagueció una tonteguía, pego ¿sabes que Julio se metió un mechón de pelo de Camila en el bolsillo? Se lo llevó paga la casa y lo guagdó en una caja de zapatos. Hay que admitig que fue un lindo gesto. 

Que Laura pensara en Camila era perfectamente natural. Se habían conocido de pequeñas, habían estudiado juntas en el colegio, y, finalmente, habían vivido juntas por años en Francia. Tenía que extrañarla. Un par de semanas antes de viajar, me advirtió que se iría. Era de noche y estábamos sentados frente al mar.
— Hombrezuelo, quiero preguntarte algo, ¿por qué tú... no sé... no tienes novia?—
No sé qué le dije esa noche. Seguro fue algo tonto, como que con ella me bastaba para ocupar mi tiempo libre, o que cualquier mujer se pondría celosa de lo que existía entre nosotros, o que la mujeres jodían mucho... No lo sé. Pero alguna bobada dije, seguro.

—¿Te acuegdas de esa noche? No te pgeguntaba pogque estuviega integuesada, sino pogque yo sabía que te iba a extrañag pero que tendgía a Camila. Tú te ibas a quedag solo. Y tú nunca has sabido estag solo, te encieggas, te apagas. Ya entonces me había dado cuenta. Hubiega queguido teneg alguien a quien heguedagte, alguien que te sacaga a paseag, jugaga contigo, te peinaga y se asegugaga de que no tienes pulgas. Eso hubiega sido lo ideal.— 

Justo antes de su viaje me llamó para despedirse una última vez, yo estaba durmiendo. Habíamos sido amigos durante dos años, dos intensos años. Pero la primera vez que habíamos hablado había sido siete años atrás, cuando eramos poco más que niños.

Ocurre que en mi doceavo cumpleaños me regalaron una guitarra y, en consecuencia, me vi obligado a inscribirme en Bellas Artes para aprender a tocarla. He sido negado para la música toda mi vida. Nunca fui capaz de diferenciar notas de oído, mi tempo estaba siempre errado y se me enredaban los acordes de la guitarra. Mis profesores me recomendaban, insistentemente, dedicarme a la pintura o la cocina. Las clases eran una tortura pero resistí durante dieciocho meses porque Laura estaba allí, cerca.

— Yo llevaba casi siete años apguendiendo música. Empecé a apguendeg piano a los seis, un año después entgué a clases de canto. También pasé por guitagga, flauta, claguinete y tgombón. A los nueve decidí que el violín ega lo mio pogque ega un instgumento pequeño y ligego que me cabía en la maleta del colegio.

 La primera vez que la vi estaba tocando el violín. Parecía concentrada pero aburrida. Y luego, mientras esperábamos a que nos recogieran, me ofreció un chicle.
— Yo te he visto en alguna parte— me dijo.

Todas las tardes nos encontrábamos, nos sentábamos juntos en los escalones, comíamos chicle y hablábamos. Un lunes no apareció, tampoco lo hizo el miércoles, ni el viernes. No la encontré la semana siguiente, ni la que vino después. Adiviné que había renunciado al violín y yo también abandoné la guitarra.

— Sabes que nunca me había gustado estudiag música. Te lo he dicho muchas veces, mi mamá insistía en que ega una habilidad impogtante paga la vida. Eso, supongo, significa que haguía más fácil conseguig maguido.— 

Hace unos meses, cuando volvió a la ciudad se consiguió un pequeño apartamento en el centro de la capital y lo llenó de gatos. Tenía figuritas, muñecos, fotos, dibujos, toallas, manteles, sábanas, todo con gatos, lo único que le hacía falta era un gato de verdad. Entonces me buscó.

Me llamó una mañana. Como nunca nos despedimos se saltó los saludos y protocolos, y me invitó a su casa, se parecía a ella. Laura se veía cansada.

 Cuando aún estudiábamos en el colegio, unos dos años antes de que se fuera del país, un amigo nos presentó. Javier insistía e insistía en que tenía una amiga a la que yo debía conocer. Acordé encontrarme con ellos el siguiente sábado, comeríamos helados, caminaríamos un rato, hablaríamos de los temas de que hablaban entonces los jóvenes.

Ese día me arreglé, le robé a mi abuelo algo de su colonia, me puse mi camisa favorita y me imaginé a la mujer que iba a conocer. Soñé que encajaríamos como dos piezas de rompecabezas, que nos haríamos novios, y un día nos casaríamos, soñé con una casa grande, con un perro, con niñas, con enviudar muchos años después (no podía soportar la idea de morir antes que ella). Y, aún medio soñando, asistí a la cita.

Era ella, yo no la reconocí enseguida, ni ella a mí. Pasaron algunos minutos antes de recordar que eramos esos niños, aburridos de los instrumentos, que se sentaban en las escaleras de Bellas Artes. Cuando la reconocí pensé que esas casualidades nunca ocurrían porque sí, que era el destino el que nos había hecho encontrarnos tanto tiempo después, y que era el destino, esa magia de lo que ya está ordenado, lo que nos uniría para toda la vida. Pero antes de que ninguna magia pudiera ocurriera, mi amigo nos interrumpió preguntándome si podía adivinar quién era su novio. Mi corazón se rompió un poco.

 Aún así, quedamos amarrados para siempre. De un día para otro nos hicimos mejores amigos, y antes de siquiera darnos cuenta estábamos hablando diariamente por teléfono, haciéndonos regalos sin razón, visitándonos sin avisar; haciendo planes todos los fines de semana, muchas veces solos.

— ¿Te acuegdas del ahogado? Ya hacia casi un año que egamos amigos, y tú me decías todo el tiempo que yo ega tu mejog amiga. Entonces yo no te considegaba mi mejog amigo, en mi vida sólo había espacio paga una pegsona así, y esa persona ega Camila. Tú egas divegtido e inteligente, egas un buen suplente pego sólo eso. Ese día fuimos a playa y mientgas tú cuidabas las cosas, entgué a nadar un gato. Tú estabas leyendo y cuando me viste salig pálida y asustada, te levantaste enseguida, tigaste el libgo al piso y me pgueguntaste qué me pasaba. Te dije que había encontrado un ahogado y entgaste al mag a sacaglo. No sé qué tenias en la cabeza. Te vi Regguesag lentamente y gesentí un poco que me hubiegas abandonado. Pego cuando la gente empezó a acegcagse, dejaste que otgos se encaggagan. Volviste con los ojos aguados y temblando completico pego volviste y te sentaste a mi lado. Me dijiste que no había pasado nada, que solo ega Aquaman queguiendo haceg un chiste pesado. Me hiciste songueíg, y en ese momento decidí que podías seg mi mejog amigo, que podía tener dos. 

Esa tarde no nos atrevimos a regresar al mar. Yo intenté llenar el silencio, pero me costaba encontrar cosas que decirle y ella estaba distante, pensativa. Entonces puso su mano sobre mi brazo y me dijo: — Se veía muy solo, ¿no crees? El ahogado, se veía muy solo. Yo no quiero morir así—
—¿Ahogada?—
—No, sola. Prométemelo, ¿vale? Prométeme que no me vas a dejar morir sola—
Y ¿qué más podía yo hacer? Se lo prometí.

miércoles, 4 de marzo de 2015

63. Parir los textos.

Llevo una semana sin publicar por aca, y no es porque sienta pereza de escribir, es porque siento miedo de hacerlo. Hace una semana decidí escribir un cuento sobre una idea que me ronda desde hace varios años, supuse que iba ser sencillo escribirlo dado que ya conozco bien la trama, que he imaginado diversas maneras de contar la historia, que los personajes me son familiares y que probablemente iba a ser una historia melancolica (que es un tipo de historias que me fluyen de una manera casi mecanica).

No ha sido nada facil. Sólo tiene cinco páginas ( por ahora) pero siempre que empiezo a escribir pienso en cosas que no me cuadran de antes y tengo que reescribir fragmentos o escribir cosas totalmente nuevas. Además le he dedicado mucho tiempo, a razón de 5 horas por página o así. Nunca había dedicado tanto tiempo a nada. Yo escribo mis cuentos de a media hora por página y luego unos diez minutos de revisión. Y temo que estoy dañando la historia. Cuando agrego cosas nuevas a veces pienso que la estoy mejorando, lo mismo cuando se las quito, o cuando cambio una frase por otra que me suena mejor, pero quizás lo estoy dañando todo y no debería cambiar nada; o tal vez lo arruinaría todo si no me dedicara a buscar cambios para mejorar cada parrafo.

Hoy publiqué otra cosa, que es una reflexión ligera sobre por qué escribir. Ya que termine el cuento, lo publicaré por aca, y espero que les guste mucho y que sea una muy buena historia. No soporto la idea de haber sufrido tanto para terminar pariendo un adefesio.

martes, 3 de marzo de 2015

62. Qué significa ser un narrador

Cuando me encuentro en situaciones sociales, con personas que acabo de conocer, siempre alguien lanza esa pregunta fundamental: “¿A qué te dedicas?” O, bien, “¿Qué haces?”. Mi respuesta es variable, depende mucho de mi humor y de las intenciones que le vea a quien me cuestiona. Si noto una inocente intención de vanagloriarse por su trabajo y sueldo, diré, mansamente, que estoy desempleado y dejaré que mi interlocutor hable tranquilamente. Hará cosa de un par de semanas, la pregunta me la realizó una señora en estado de embriaguez, mientras me lanzaba una mirada lasciva (fruto del alcohol más que de mis encantos o presencia), y lo único que se me ocurrió decirle fue que yo era un ente que deambulaba sin rumbo fijo por la vida. Su desinterés posterior fue más que evidente.

A menudo también digo que soy escritor, y quisiera detenerme allí, pero siempre añado el apellido “Comercial” y luego explico que trabajo en publicidad y mercadeo. Y no es que me avergüence ser escritor, no he sido otra cosa desde el día en que empecé a tomarme la escritura como algo serio y no solo como una herramienta para enamorar a alguien, convencer a un cliente o llamar la atención.

Lo que me asusta es que me hagan una pregunta que yo mismo me he hecho muchas veces: “¿Para qué escribir?”, qué sentido tiene ya escribir si en esta era de información veloz y olvido express, incluso una buena historia está condenada a convertirse en una anécdota más, que pronto será olvidada. Para qué escribir si ya todo ha sido escrito, si es prácticamente imposible vivir de eso. Para qué persistir en la escritura, si los libros desaparecen, si nunca serás Gabo (ni siquiera Vallejo), si no publicaste tu primer libro antes de los doce, y nadie, nadie lee las cosas que haces públicas. Me asustan esas preguntas por qué no sé cómo responderlas; me asustan aunque sea consciente de que nadie me las va a hacer.

Cuando digo escritor quizás debería decir narrador, porque eso soy. No soy un poeta, ni un ensayista, no soy un escritor filosofo que sepa cómo elucubrar sus pensamientos para recorrer, con su lector y sus lecturas, el camino a la iluminación. Lo mio es contar historias, así de sencillo. Y cuando me pregunto para qué seguir escribiendo, para qué seguir narrando, no recurro a pensamientos filosóficos, ni a pensamientos poéticos, ni a planear un ensayo sobre las bondades de la lectoescritura, sino a algo más sencillo, a la historia del primer hombre que vio un lobo.

Imaginemos que existe un hombre que jamás ha visto un lobo. Su clan es nómada y siempre había vivido desplazándose, según las temporadas, por un valle gigantesco en el que, milagrosamente, no habitan lobos. Este hombre está siguiendo a un ciervo y su cria, que se han separado de la manada. Los ciervos se detienen en un claro y él se encuentra oculto preparando su honda, o su lanza, sin quitarles los ojos de encima. Entonces llega el lobo, un ejemplar gigantesco y peludo que con un certero mordisco acaba con la madre y luego salta sobre la cría. Él hombre siente miedo y se aleja intentando no llamar la atención del violento animal que nunca antes ha visto.

Cuando vuelve a encontrarse con el clan, los lleva al claro donde ya no encuentran al lobo pero sí los restos de los venados. La horda quiere una explicación y el hombre desea dársela, pero no cuenta con el lenguaje claro y refinado que poseemos actualmente. No puede decirles que se encontró con un animal cordado vertebrado mamífero carnívoro canino; similar en todo a un perro cualquiera pero de complexión musculosa, mirada penetrante, colmillos afilados, propensión gregaria y gusto por la carne fresca.

El hombre, al que podríamos llamar Juanito Avistalobos, probablemente no contaba con mayores talentos para imitar animales, pero intenta hacerles saber lo que ha visto. Se señala la cabeza para decirles que es peludo, y se pone en cuatro patas para que entiendan que es cuadrúpedo. Busca sus colmillos, o caninos, con los dedos para informarles que tiene colmillos, y que estos son más grandes que los de cualquier hombre. Usa su brazo para imitar su cola erizada, y salta de un lado al otro velozmente para mostrarles con cuanta eficiencia eliminó a su presa. Finalmente les señala con ambos brazos una altura que a todos los demás hombres del clan les parece imposible. Es posible incluso que alguno le insista en que no ha visto ningún animal extraño. Que se deje de show, que les está haciendo perder el tiempo, que si es peludo, cuadrúpedo, carnívoro y grande, no puede ser otra cosa que un oso. Y por un oso nadie tiene por qué perder la cabeza.

Y creo que allí está algo de lo que me pasa con la narración. Juanito Avístalobos sabe lo que ha visto y no es un lobo, es otra cosa. Él tiene derecho a perder la cabeza, tiene derecho a hacer show. Siente la necesidad imperiosa de contar su historia, pero esa necesidad de narrar no es comprensible para personas que no la han sentido.

Cuando yo era niño, uno de mis juegos habituales mientras regresaba caminando a casa del colegio era fingir ser ciego. Cerraba los ojos, y caminaba por las calles guiándome con mis manos y mis oídos. Un día, fue la última vez que lo hice, sentí dos manos que me tomaban por los brazos y, antes de poder abrir los ojos, escuché una voz de mujer mayor que me decía: —¿estás cieguito?—. Dije que sí, no lo pensé siquiera, una mujer mayor no iba a hacerme daño y ser ciego era mi juego, no iba a interrumpirlo si no estaba en peligro. —¿Donde está tu bastoncito?— Dije que se había perdido en el colegio, que seguro alguno de mis compañeros lo había escondido, pero que no importaba, yo sabía llegar a mi casa. Tenía a las señoras, porque eran dos, una a cada lado. Ellas insistieron en llevarme a mi casa, y caminaron conmigo. Para cada pregunta que me hacían, yo tenía una respuesta. Les dije que en el colegio me molestaban por ser ciego, que mis padres me dejaban solo en la casa toda la tarde; que mi hermano escribía mis tareas, pero que yo le dictaba. Cuando llegamos a mi edificio encontramos a mí papá afuera, él me vio y me llamó: Raúl ¿qué te pasa?, ¿por qué tienes los ojos cerrados?. Abrí los ojos y vi la luz, en muchos sentidos. Subí corriendo las escaleras, y esperé el regaño que habitualmente recibía por mentir.

Era difícil, es difícil, explicar a otra persona por qué uno necesitaba fingir que estaba ciego, o decir que mis padres me abandonaban, o que bebían todas las noches, o que eramos muy pobres, o que tenía un hermano mayor, o que yo estaba mortalmente enfermo, o que veía fantasmas, o cualquiera de todas las mentiras que contaba sobre mi vida. Y digo necesitaba porque era una necesidad vital, a mí no me interesaba que me creyeran o no (a menudo tuve que soportar que en el colegio, alumnos y profesores, me cantaran: “mentiroso,mentiroso, mentiroso”). Lo importante era contar la historia, era contar sobre mi lobo al que no podía nombrar.


Pero esto de contar el lobo innombrable suena un poco como exorcizar algo, como si al contar nos liberáramos de un dolor de muela, o de la orfandad, o del alcoholismo. Y no creo que sea así, cuando JuanitoAvistalobos cuenta lo que ha visto no lo hace para olvidar al lobo, ni para dejar de sentir miedo de él, ni para expulsarlo del bosque. Cuenta su encuentro porque cree que es una historia que debe ser contada.

Cuando yo mentía sobre mi vida, o hacía estos ejercicios narrativos autobiográficos, lo hacia para divertirme. Mis terapeutas luego insistirían en que era una forma de llamar la atención en el colegio, de hacerme ver como alguien interesante, valiente o valioso. En todo caso, ya fuera para divertirme o para llamar la atención, mis mentiras era un ejercicio que requería de público.

Una noche, alrededor de una fogata, alguien le pide a Juanito (quien andaba algo achantado desde el comentario del oso que le habían hecho) que les cuente sobre el misterioso animal que vio. Y puedo imaginarme, claramente, a Juanito sonriendo y contándolo de nuevo todo, agregando quizás algunos detalles, indicando que el animal tenía fuego en los ojos, o que medía tres veces lo que el hombre más alto del clan.

Y creo que es allí, alrededor de la fogata, cuando el público y quien cuenta la historia se encuentran, que nace la narración.

Comprendo y respeto el ejercicio de esos que escriben exclusivamente para sí mismos. Esa persona que escribe un diario personal en un cuaderno que cuando se llene será arrojado a la chimenea, me parece un sujeto extraordinario. Pero no es un narrador, igual que quien exclusivamente canta en la ducha, cuando sabe que nadie lo está escuchando, no es un cantante. No importa que tan talentosos sean, si no tienen público no existen como cantante y narrador.

Entonces si me preguntaran para qué insistir en narrar no tendría una respuesta clara. Aún no la tengo. Narro porque me gusta hacerlo, porque soy bueno haciéndolo, porque si un día nos sentamos alrededor de una fogata mis historias probablemente obtengan una mejor respuesta que los casos de un abogado. Narro porque me gusta ser escuchado, y porque siempre, siempre, hay gente que está dispuesta a escuchar mis historias, así después me llamen mentiroso y todos nos riamos un rato. Y si nunca llego a ser Gabo o Vallejo, si nunca escribo nada que valga la pena... bueno, en ese caso, en mi próxima vida me haré boxeador o gato casero.

martes, 24 de febrero de 2015

55. Sobre ser errante.

Hace cinco años, casi seis, cree un blog llamado Odisea del errante. El nombre tenía mucho sentido en el momento porque había tenido que regresar a una ciudad en la que siempre me sentí extranjero, y más que extranjero quería ser errante. Quería ser un viajero del mundo sin hogar ni ataduras, que llevara todo su hogar siempre consigo, que nunca extrañara nada.  Quería ser el tipo de persona que se da tiempo antes de acceder a su destino, algo así como Ulises/Odiseo que peregrinó por 10 años antes de volver a Itaca, y que al día siguiente de haber regresado se montó un remo en el hombro y partió hacia el norte buscando más aventuras.

Hace cinco, casi seis, años, tenía sentido. Ahora no estoy tan seguro. Sigo siendo una persona que se siente fuera de lugar en todas partes, sigo sin sentirme parte de nada, sin pertenecer a grupos, sin extrañar el pasado. Sin embargo, ya no estoy seguro de si eso es lo que deseo para el resto de mi vida. Me asusta eso de transformarme y establecerme, pero creo que es hacia donde me dirijo. He estado haciendo más intentos de participar en clubes de lectura, en cursos de cosas que me interesan, he comprado cosas que no caben en una maleta y que me daría pena abandonar.

El secreto del errante exitoso es aprender a nunca pensar en el destino, en el hogar que aguarda, en el fuego de la chimenea en invierno, en el olor de las flores junto a la ventana, en el sabor amargo del café de las mañanas, en la calidez de otro cuerpo en la cama. Cuando piensa en eso, el errante deja de ser un errante y se convierte en un buscador, ahora desea encontrar el lugar en el que detener su viaje y construir su casa. Y eso me ha ocurrido. Sé que todavía quedan muchas leguas de travesia, pero ya no voy sin rumbo. Ahora me dirijo a casa, donde quiera que esté.



lunes, 23 de febrero de 2015

54. Como me convertí en el autor que soy

La abuela que conocí, originalmente, era una mujer severa y profundamente religiosa y creyente. Me hacía rezar con ella el rosario todas las noches, me prohibía ver películas de miedo y me tapaba los ojos cuando las personas disparaban o se besaban en las novelas. El nieto que ella conoció era díscolo y aunque jamás le alzó la voz, discretamente — pero sin ocultarse— subvertía sus palabras y se reía de sus creencias. Si la señora decía “Dios es amor”, su nieto luego diría frente a todos los adultos que “Dios es humor”, si la señora le pedía leer la oración, él siempre concluiría pidiendo que los alimentos les hicieran crecer pero solo de abajo a arriba, jamás hacia los lados, o hablaría de la ocasión en que Jesús había invitado a Lázaro, su compadre, a una parranda post-mortem diciéndole: “levantate y baila”.

Un día, ese niño, decidió hacerse escritor para enamorar a una chica inteligente de su curso. Si él hubiera sido mejor poeta quizás, una vez conquistada la chica, hubiera dejado de escribir y vivido una vida normal. Pero era mal poeta y envidioso, no podía desistir hasta ser el mejor. Sin embargo, a pesar de hacerse escritor, nunca se sintió del todo cómodo en el gremio de los escritores. Sí, aprendió las palabras — habló de escribir con sangre, y de duendes, o musas, que le dictaban cosas—, leyó algunos autores — Cortazar le parecía pedante; Borges, inbancable; Rilke, aburrido—, jugó los juegos de los escritores, hizo las preguntas de rigor en charlas con autores —¿Qué me recomendaría que leyera para ser un buen escritor? ¿De donde sale su inspiración? ¿Que quería decir cuando habla de despertarse convertido en insecto pero nunca define si es una cucaracha, un escarabajo o un abogado?

Un día, ese joven, se dio cuenta de que habían dos tipos de escritores, los que pensaban que el arte era un árbol que nacía del cielo espontáneamente y se agarraba a la tierra para no caerse , y los que veían el arte como un árbol como cualquier otro, que crecía de la tierra, que requería trabajo,conocimiento, abono y poda. Él, que no tenía talento ni musa, sólo podía pertenecer a estos segundos. Quiso tener la prosa sencilla y directa de Hemingway, pero nunca le salió natural. Quiso escribir poesía vital, hermosa y recia como la de Gomez Jattin, pero le hacía falta ser más como ese otro Raúl. Entre persistir, fracasar y envidiar, poco a poco construyó unos indicios de estilo, pero sobre todo, una noción del mundo que usaba como materia prima para escribir. Veía el mundo como un reflejo de sí mismo, un objeto complejo que sueña con ser serio y profundo pero se escapa y se ríe, o peor aún, se encierra y se pone melancólico.

Sobre ese mundo escribe porque así sueña el mundo, como un rompecabezas en el que las piezas no siempre encajan; en el que las personas hacen cosas sin sentido y le dan una importancia suprema a pequeñas obsesiones, descubrimientos y adioses. Un mundo en el que las personas hablan del clima, o se dicen cosas lindas y rimbombantes como si fuera natural en ellos, pero callan cosas importantes. Un mundo en el que todos están sujetos al destino pero se ríen de él, le dan largas, le rehuyen. Un mundo en el que la gente piensa demasiado, espera demasiado, sueña demasiado y nunca ocurre nada de importancia. Y sí, a veces y sin explicación, los muertos se levantan para bailar, y alguno decide llamar a la casa de la mujer que quería solo para descubrir que se ha mudado.

viernes, 20 de febrero de 2015

51. La máscara de la muerte roja

Edgar Allan Poe escribió varios de mis cuentos favoritos: El barril de amontillado, El gato negro, Los asesinatos en la Rue Morgue, El escarabajo de Oro, William Wilson y El extraño caso de M. Valdemar. Cada uno de ellos magistralmente escritos. Pero mi cuento más querido no es ninguno de ellos sino La mascara de la muerte roja. Yo sé que mis lectores, si existen, son gente informada que se saben al derecho y al revés toda la bibliografía de Poe, sin embargo me gustaría recordar rapidamente el argumento de la historia.

Resulta que una enfermad, la muerte roja, estaba azotando al mundo, las personas morían por doquier y un principe, preocupado por su propia vida, se encerró en su palacio con varios de sus amigos más cercanos ( unos cien), provisiones para años y los sirvientes de confianza necesarios para que él y sus amigos vivieran en condiciones de gente rica. Las puertas fueron selladas, y  seis meses despues, para celebrar que todos seguían vivos, el principe decretó que había de celebrar una fiesta de máscaras, entre las personas presentes aparece alguien disfrazado de la muerte roja. Es un traje estrafalario que causa temor y molestia en todos lo que lo ven, ya que es una especie de irrespeto disfrazarse de la cosa de que se está huyendo. El asunto acaba en que el principe lleno de rabia ataca a la persona disfrazada de la muerte roja, pero antes de poder lastimarlo, pega un grito y cae muerto en el piso. Antes del amanecer todos los demás habitantes del palacio yacen muertos en los salones y pasillos.

Me encanta la muerte roja porque siento que nos enfrenta con la inevitabilidad del destino, igual que lo hacían las tragedias griegas en que, aunque se conozca el destino, todas las acciones que uno cree realizar libremente nos llevan a cumplir lo que ya estaba escrito. Otro excelente ejemplo es una historia que he escuchado en varias versiones:

"Cita en Samarra ( versión de Gabriel García Marquez)

El criado llega aterrorizado a casa de su amo.
-Señor -dice- he visto a la Muerte en el mercado y me ha hecho una señal de amenaza.
El amo le da un caballo y dinero, y le dice:
-Huye a Samarra.
El criado huye.
Esa tarde, temprano, el señor se encuentra a la Muerte en el mercado.
-Esta mañana le hiciste a mi criado una señal de amenaza -dice.
-No era de amenaza -responde la Muerte- sino de sorpresa. Porque lo veía ahí, tan lejos de Samarra, y esta misma tarde tengo que recogerlo allá. "

Y no sé. Hoy me provocaba hablar de la inevitabilidad del destino porque, a veces, uno necesita sentir que hay algo inevitable en las cosas que pasan para no desanimarse del todo. 

jueves, 19 de febrero de 2015

50. Zapatos rojos


Bogotá, 19 de febrero, 2015.

Estimado señor zapatero:

Usted no sabe por todo lo que me ha hecho pasar, he llorado lagrimas de sangre y todo por culpa suya, sólo suya... y bueno, mía, porque si yo fuera menos inocente no hubiera confiado en un hombre como usted, que más que hombre parece un puerco peludo en dos patas.

Una no puede confiar en un hombre como usted que parece alimentarse exclusivamente con cerveza y empanadas de esas de doscientos, y que se deja la camisa abierta para que todos puedan ver su peludo ombligo que debe llevar años sin lavarse. Un hombre como usted no entiende de buen gusto, de la buena vida, de moral ni ética, a usted no le importa en lo más mínimo el bienestar de los otros, ni siquiera le interesa hacer bien su trabajo. Usted nada más agarra su martillo y se pone a golpear los zapatos a la buena de Dios, como un gorila. Y es que eso es usted, un gorila que quiere imitar a los zapateros pero sólo sabe causar estropicios. 

Usted es de esos que creen que la vida es mirar morbosamente a las mujeres lo noté varias veces mirando mi escote fijamente y ni siquiera tuvo la decencia de esperar a que lo no estuviera viendo, tomar cerveza, comer grasas y soltar ruidosos pedos todo el día. Y es por eso que le dió el trato más vil a mis humildes zapatos de tacón. La elegancia no tiene cabida, ni sentido, en su vida. Y no, señor, las cosas no son así. Verse bien es parte fundamental de vivir en una sociedad, cualquier sociedad, y le diré que no es facil. Una se maquilla, se faja, se peina, se depila, se perfuma, usa sólo ropa que esconda lo que sobra y compense lo que falta, aprende otros idiomas para saber decir ui a los franceses, ja a los alemanes y yes a los ingleses, porque además no basta con verse linda, hay que saber de todo. Ya lo decía mi madre: nada es más feo que parecer ignorante.

Y yo he sido una mujer dedicada a mantener una buena imagen desde muy pequeña, y todo, TODO, se vino abajo ayer por culpa de mi inocencia y de su incapacidad profesional. Yo le había llevado mis zapatos favoritos para que los arreglara porque necesitaba usarlos ayer cuando el gran jefe eligiera a la persona que trabajaría con él. Y es que usted tendría que ver al gran jefe, es todo lo contrario a usted: rubio, con los ojos azules y unos labios delgaditos pero lindos, además es alto y elegante; un día lo vi saliendo del gimnasio, vestía un esqueleto, y es lampiño como un recien nacido. Sólo de pensar en él me emociono, y no es sólo que sea lindo, es que es culto, ese sí sabe decir ui, yes y ja de verdad y no solo de fingimiento. Además quién sabe que más sabrá decir porque hace muchos negocios con los chinos y que les habla en su idioma con fluidez. Y lo mejor es que es soltero; bueno, divorciado pero es lo mismo porque todavía es joven y ambos nos hubieramos visto beneficiados con nuestra sociedad, hubiéramos podido aprender mucho el uno del otro. Pero ya no se puede, y es todo culpa suya.

Ayer fui contenta a donde usted a buscar mis zapatos antes de entrar al trabajo, llevaba puesto un traje rojo que hacía juego con los tacones, una medias de mallas negras que sé que a usted le gustaron porque no me podía quitar los ojos de encima, y en la mañana había dedicado dos horas a maquillarme para dar la impresión perfecta. Ese puesto debía ser mio, igual que el gran jefe.

Imagine mi sorpresa cuando intenté ponerme los zapatos y descubrí con terror que sólo me entraba un pie. No me era posible quedarme con las zapatillas que había traido de casa porque sin los quince centímetros extra de los tacones paso de sensual a rechoncha. Así que hice de tripas corazón y embutí el otro pie en el zapato. Pero eso no es todo, cuando quise caminar hasta el escritorio descubrí que, usted, no solo me había reducido una talla del zapato sino que, además, le había quitado unos cinco centímetros al tacón derecho para, seguramente, agregárselos al izquierdo.

Me sentía como un monstruo bamboleandome por los pasillos de la oficina y nada más llegar al escritorio me quité los zapatos. Por cierto, la nueva cubierta interna que le puso SIN MI PERMISO es peluda, pica y creo que me produce alergia. Pensé en varias opciones para resolver mis problemas, incluso llegué a considerar pegarle con cinta un tarro de liquid paper al tacon corto y pintarlo todo con un marcador, pero entonces me llamaron a la oficina y no tuve más opción que volver a ponerme los zapatos, aguantarme las lagrimas y hacer todo lo posible para no caerme.

Si yo no hubiera tenido los ojos llorosos cuando entré a la oficina, hubiera encontrado alguna excusa para no agarrar el plato que me ofrecían, un plato que sostenía un pocillo con un café negro que aún hervía. Me pidieron que se lo llevara al gran jefe y no encontré como decirles que no. Logré llegar a él sin botar ni una sola gota. Entonces él me miró de arriba abajo, como sabía que lo haría, y sonriente me dijo: Lindos zapatos. Su halago me distrajo, hice el gesto de girar para que los mirara mejor, yo sí sabía que le iban a gustar, y es entonces cuando los diez centímetros de tacón faltantes me hicieron caer al piso como un bulto de papas. Pero lo malo no es haberme caido sino haberle derramado todo el café encima al gran jefe.

Quizás usted se ría, pero al gran jefe no le hizo pareció nada gracioso. En consecuencia, no solo no me dieron el puesto sino que casi me despiden del que ya tenía.

Así pues le escribo para cobrarle, pero no el dinero que le pagué por las reparaciones, ni tampoco los zapatos que me arruinó, sino un hombre, así, elegante, guapo y culto como el que me hizo perder. Yo no sé de donde lo va a sacar pero me lo debe. Le recomiendo mirar entre su clientela, a la que llamó lo recuerdo claramente  selecta y numerosa, revise si hay en ella un hombre preferiblemente de esos que se parecen a George Clooney, el actor peliblanco que le regale a usted constantemente dinero para que le dañe los zapatos. Piénselo, revise, y si hay alguno así y usted me lo presenta, yo le prometo que no vuelve a verme la cara. Y quizás, si nos va muy bien, podría presentarle a una prima mía a la que usted me recuerda.

Gracias por la atención prestada.

Gloria.

miércoles, 18 de febrero de 2015

49. Gente que odio

Hace unos días, en la clase de maestría estabamos discutiendo que hay varias perspectivas desde las que hacer arte. Entre ellas está la de esa gente que ve el arte ( de cualquier naturaleza) como algo que fluye de una fuente superior, como si un duende, ángel o dios(a) juguetón(a)  les dictara cada palabra. Son gente que no se cuestiona sobre lo que escribe, se cuestiona, sí, como se escribe, buscan palabras enrevesadas, tienen una ortografía perfecta y pueden escribir una frase sin ninguna ambiguedad gramatical.  En consecuencia paren bodrios aburridos pero excelentemente escritos.

Hoy, miercoles, asistí al lanzamiento de un libro. Y el autor era un tipo así, leyeron unos textos seleccionados y ninguno valia la pena. Me aburrí soberanamente escuchandolo. Lo único positivo de la velada fue que se me ocurrieron dos cosas, una idea para una carta-cuento que publicaré mañana y una frase para contar el mundo en el que creo: creo en un mundo como un árbol que se levanta del suelo.

martes, 17 de febrero de 2015

48. Cómo sueño el mundo

Cómo sueño el mundo... Es una pregunta dificil porque podría responderla de muchas maneras, todas igualmente insuficientes.Y creo que con esto abro la puerta a dos elementos que han construido mi visión de mundo, la duda y lo holístico.

Dudo como si esa fuera mi única naturaleza, y hasta dudo al decir que dudo porque no me siento seguro de si lo hago por principios, por costumbre o porque quiero aparentar ser uno de esos sujetos cinicos y brillantes que dudan de todo. Pero dudo también porque me gustaría saberlo todo antes de abrir la boca, creo firmemente ( por eso, también, dudo de mi duda) que tomar un fragmento de la realidad, y ponerlo bajo un microscopio,  no basta para conocer toda la complejidad del universo. Por eso, escucho siempre todas las partes, prefiero ser conciliador que lider, y siempre, siempre, me siento insatisfecho con las pocas cosas que sé.

Hay algo que me asusta, sin embargo, y es que siento al realizar ese movimiento de abrirme al mundo (de escuchar, de ponerme en otros zapatos, de interesarme en lo que los otros desean, de aprender constantemente, de imitar procesos mentales) me he ido desvaneciendo yo. Temo que mis deseos han perdido fuerza, que mis posiciones parecen más fruto de la diplomacia que de la pasión, y que no tengo nada que ofrecer porque todo lo que pienso, siento y hago (no somos más que acciones, emociones y pensamiento) se debe a otras personas de las que aprendí a ser, pensar y hacer. El temor, o al menos una ansiedad acida que me carcome, es otro de los pilares de mi concepción de mundo.

Se me ha ocurrido una respuesta a cómo sueño el mundo. No me satisface pero pienso que por hoy basta. Cuando digo mundo no me refiero al planeta ni al universo, sino a esta civilización humana en que habito y cuyas trompetas finales escucho sonar en el horizonte.

Sueño que el mundo es como un libro, un laberinto o un rompecabezas, un objeto finito con finitas posibilidades que puede ser resuelto, decodificado o terminado. Sueño con un mundo en el que habite y prolifere la estética (la ética no le compete a lo natural, y la justicia es una ilusión vana de nosotros los efímeros). Sueño con el mundo de lo bello, lo efímero y lo inalcanzable, un mundo en que siempre hay más cosas que saber, pensar y vivir, y se tiene menos tiempo para hacerlo todo. Un mundo en el que todos somos rayos atravesando el cielo.

domingo, 15 de febrero de 2015

46. Asco

El viernes estuve un poco enfermo, tenía dolor de cabeza, congestión, debilidad y algo de mareo.  Basicamente tenía gripa, creo, pero así salí a la calle, me fuí a un bar y disfruté de una buena noche con amigos.

El problema es que desde el viernes he estado sintiendo algo: Asco.

Cuando uno va caminando por la calle y se encuentra con una flor amarilla que parece estar brillando, uno mira la flor y desea absorber todo su color, congelar el momento. Sentirse fascinado es como sentir un hambre estética insaciable.


Mi asco es todo lo contrario, no quiero ver el mundo, no quiero ver colores, ni escuchar músicas, ni oir palabras, quiero habitar una habitación cerrada en que nada me toque. Me siento lleno, no satisfecho pero repleto de algo. Nada más cabe en mí. Hoy estuve en el centro haciendo diversas cosas, incluso entré a un museo, y todas partes sentí lo mismo,  Asco.

Es muy probable que mañana ya me sienta mejor, pero por ahora, haré silencio y esperaré.

sábado, 14 de febrero de 2015

45. Algo anotado al despertar.

Las colas de los mandriles
siempre me han recordado a Dios
Así, con mayúsculas
y omnipotencia.
Por eso visito las iglesias
con la intensa alegría infantil
que solían despertarme los zoológicos.

viernes, 13 de febrero de 2015

44. Into the woods/ En el bosque

Veredicto rápido: Es una historia sencilla y tierna que sin embargo se queda corta tanto en subvertir las historias como en capturar la magia. La musicalización fue buena pero, con la excepción de cierta canción de caperucita, muy poco memorable. Yo volvería a verla y, si les gustan los musicales, es una buena opción ligera para entretenerse en una tarde desocupada.


No sé nada de música, no toco instrumentos ni puedo cantar, pero me encantan los musicales. Me gusta eso de que pueda existir un mundo mágico en el que la gente pueda ponerse a cantar de repente, en el que el amor nos inspire tonadas y palabras en vez de arrebatarnoslas, y en el que todos sepamos bailar.

Esa fascinación que siento hace que siempre asista a las películas en las que la música es una herramienta narrativa, ya sean animadas como Happy Feet, o con personas, como Mama Mia o Jesucristo Superestrella. Y esa fascinación explica el que fuera a ver Into The Woods/ En el bosque a pesar de saber que probablemente no era una gran película. Me alegra que mis expectativas fueran bajas.

Into the Woods/En el bosque se propone hacer una tarea narrativa inmensa: enlazar varios de los cuentos de hadas más famosos: Rapunzel, Caperucita roja, Cenicienta, y Jack y los frijoles mágicos, en una sola narración que gira, siempre, alrededor de las cosas que ocurren en el bosque. Para unirlo todo, hacen uso de una historia original, más o menos, que es la de un panadero y su esposa que desean más que nada en el mundo tener un hijo.

Entre los aciertos de la película está su casting. Cada uno de los actores es absolutamente increible, la bruja de Meryl Streep es moralmente ambigua y siempre divertida de ver; Anna Kendrick, la cenicienta, es una actriz muy talentosa que canta como los angeles y tiene un par de momentos interesantes; el panadero y su esposa hacen una buena dupla juntos y tienen tambien buenos momentos; Caperucita roja es una actriz nueva (se parece a la chica de La huerfana, pero no es) que se roba el show; los principes actuan y cantan como si fueran de esos personajes que viven de su imagen pública ( estrellas de reality, herederos de hoteles).

Pero hasta ahi llegan las canoas. Si bien cada uno de los personajes tiene buenos momentos, el resto del tiempo parecen perderse en el fondo, así todos se convierten en simples personajes abrecajones. Aparecen, hacen lo suyo y desaparecen hasta que vuelvan a ser necesarios. Hasta el fin de una historia de amor parece artificial, falso, demasiado breve.  Tiene un serio problema narrativo, no logra que sus personajes nos importen.

La pelicula se halla a sí misma en esos momentos en que se atreve a jugar con el ridiculo, tanto narrativa como musicalmente. Entonces sonreimos y le perdonamos algunos errores pasados. Lastimosamente esos momentos son escasos y, en todos los demás, se toma demasiado en serio.

Muchas de las canciones suenan muy similares, pero esto es comun en los musicales en los que la repetición sirve para identificar ciertas emociones, recordarnos eventos anteriores y dar unidad a la obra. A pesar de ello, musicalmente, no tiene la gracia ni la independencia que tienen  Sweeney Todd o Jesucristo Superestrella. Con la excepción de la canción cantada al inicio y una canción de caperucita roja,  ninguna canción podría ser escuchada por sí sola y entendida.

Into the Woods/ En el bosque, se sintió un poco como visitar el parque en el que uno jugaba de niño y descubrir que lo van a tumbar para hacer una gasolinera. Se siente nostalgia y alegría de haber vuelto, pero también se pregunta ¿qué mundo le estamos legando a las proximas generaciones'.




jueves, 12 de febrero de 2015

43. Una niña llamada Laura

Laura, a sus nueve años, era una niña de letras. No sólo porque invariablemente mantenía un libro, cualquiera, cerca de su cuerpo para leerlo en cualquier momento en que le fuera posible, sino porque, a fuerza de ver letras todo el tiempo, empezaba a parecerse a ellas.
Sus piernas eran dos L, eran largas, rectas y delgadas, y terminaban en unos pies que parecían demasiado largos para su altura. Su tronco era una T de la cual brotaban dos V, sus brazos que siempre estaban en posición de lectura. Su cabeza era una U con una G a cada lado. Y sus ojos, perfectamente redondos, a lado y lado de la J que era su nariz, parecían formar OJO. Finalmente, de la parte superior de su cabeza brotaban innumerables hilos que leían SSSSS.

Durante las clases, el recreo, los viajes en bus, las visitas al doctor, el desayuno, el almuerzo, la cena, las onces; los cumpleaños suyos y ajenos; antes de dormir y después de despertarse; en las clases de gimnasia, historia, matemáticas, literatura y ciencias naturales; donde quiera que estuviera, a cualquier hora, siempre estaba leyendo o deseando hacerlo. Su madre le auguraba una vejez rodeada de libros polvorientos y cientos de gatos. Nunca se le había ocurrido que las cosas podrían terminar de otra manera. Y, entonces, Laura dejó olvidado un libro sobre la mesa de la cocina.

Era un libro negro con pasta de cuero. Estaba bocabajo y mirándolo por afuera se notaba que Laura había marcado, doblándoles una esquina, varias páginas. En la portada tenía un pequeño rectángulo de papel cosido que le servía de única identificación.

La señora no sabía que pensar. En principio no le gustaba la idea de que su hija estuviera leyendo sobre brujería y esas cosas malas que nunca llevan a nada bueno y que siempre requieren de ropa negra, con lo caliente que es ese color y en esta ciudad que es caliente como ella sola, pobre niña que por andar en malos pasos se me va a terminar insolando, y se va a desmayar en plena calle y con ese poco de hombres malos que habitan en el mundo, que hay mujeres malas pero es distinto porque se me priva mi niña y quien sabe que le podría pasar, si acaso ni vuelvo a verla, mejor le quemo el libro o se lo escondo porque ninguna hija mía va a andar caminando por las calles vestida de negro a pleno mediodía.

Por otro lado, le alegraba saber que había alguien en el mundo capaz de hacer que Laura se olvidara de la lectura, así fuera por un rato. Quizás en el futuro pudiera llegar a tener nietos.

Laura extrañó el libro nada más sentarse en el bus pero ya no se podía devolver. Calculó que el viaje en bus solía durar veinte páginas, durante las clases siempre lograba leer unas veinte más, entre los dos recreos podría haber avanzado otras treinta, y, finalmente, veinte durante el regreso a casa. Por no llevar un libro había perdido noventa páginas de lectura, era toda una tragedia.

Entonces recordó qué libro estaba leyendo y sintió miedo de que su mamá lo hubiera encontrado. No le importaba que supiera que leía sobre magia y hechicería, pero no quería tener que admitir ante ella que estaba enamorada.

Repasó mentalmente el ritual que había estado preparando, alcanzó a hacerlo cinco veces antes de llegar al colegio. No se le había olvidado nada, estaba segura. Además, si todo salía bien, no tendría que admitir nada, esa tarde todo estaría resuelto.

Durante la hora de matemáticas se excusó para ir al baño. Salió del salón, respiró profundo, bajó las escaleras, se asomó a una ventana y lo miró. Tenía la camisa por fuera del pantalón, y una mancha de tierra en el hombro. Estaba sentado en la última fila, con la cabeza sobre los brazos aparentando estar dormido. Laura dejó que una sonrisa enamorada revoloteara en sus labios y prosiguió su camino.

El ritual era sencillo. Sólo tenía que escribir el nombre de él y todas las cosas que recordaba en un papel, había dedicado a esa tarea toda la noche anterior. En la última hoja anotó, rapidamente, que acaba de verlo durmiendo y que la brisa del abanico hacía que su cabello rizado se meciera como un campo de trigo. El siguiente paso era anotar las palabras mágicas Opera Tenet Olvidum en el dorso de cada página.

A continuación hizo un rollo con las hojas y le prendió fuego con un encendedor que había traído. Arrojó el rollo en un lavamanos y lo vio consumirse. Cuando ya solo quedaban cenizas abrió el grifo del agua y dejó que las cenizas fueran arrastradas por la corriente.

Con eso, había terminado el ritual y le había tomado menos tiempo de lo que esperaba.

Lo gracioso era que no se sentía diferente. Probó a recordar la primera vez que lo había visto, y allí estaba, nítida. Era un jueves en que llovía y él había quitado de la pared la tabla de corcho y la había usado como un paraguas para evitar que ella se mojara. Tambien recordaba esa ocasión en que él le había dicho... ¿qué le había dicho? ¿En qué estaba pensando? El baño estaba muy silencioso, y se arrepintió de no haber llevado un libro.

miércoles, 11 de febrero de 2015

42. Jupiter Ascending// El destino de Jupiter


Veredicto: No es una buena película. Mucho del decorado y de la vestimenta alienigena es bastante bonito. Un vestido de novia que apareció en una escena me pareció fenomenal, si un día una insensata decide casarse conmigo, espero que mi novia use algo así. También tiene unas insinuaciones cheveres que no terminan desarrollarse, tales como: la mezcla genética entre razas, un imperio universal en el que hay castas y realeza, y la recurrencia, que es el reconocimiento de que es posible que dos personas independientes tengan, casualmente, el mismo ADN organizado de la misma manera.

Eso es todo. Si están considerando verla, les recomiendo que no lo hagan; dicho esto, en el anterior parrafo no he contado nada de la historia, y si insisten en verla no se las he arruinado.

El vestido en cuestión, lo encuentro fantabuloso.
Ahora sí, sobre la pelicula. Mientras la veía se me ocurrió que es muy similar a la cinta por la que conocemos a los Hermanos Wachowski: Matrix. Ambas son la historia de una persona que descubre que es más especial de lo que pensaba, que su mundo es parte de algo más grande, y que la responsabilidad del futuro de su mundo está solo en sus manos. La diferencia es que Neo, el protagonista de Matrix, era hombre y Jupiter, la protagonista de Jupiter Ascending, es mujer. Lo anterior no lo digo porque tenga prejuicios contra las mujeres, sino porque siento que el sexo es la única explicación para la inutilidad de Jupiter.

Neo sale de su mundo y se convierte en un guerrero, en un lider espiritual, en un ejemplo a seguir, en un revolucionario. Neo se transforma en una figura mesianica, Jupiter hereda un planeta. En serio, ese es toda la transformación que sufre. Ella, fuera de conseguir un novio y heredar un planeta, no cambia. La travesía de Neo implicó aprender a moverse en la nueva realidad, aprender a luchar, tomar una postura frente al mundo en que había vivido toda su vida. La travesía de Jupiter consiste en ser llevada, usualmente contra su voluntad, de un sujeto al siguiente para hablar con ellos. Los sujetos son tres, y todos tienen planes para ella, el primero quiere ser su amigo (para luego matarla), el otro quiere ser su esposo( para luego matarla), y el tercero quiere que renuncie a su herencia (para luego matarla). El mecanismo es siempre el mismo: es secuestrada, el sujeto se reune con ella, la trata muy amistosamente y, antes de que se concrete nada, la sacan del lugar para llevarla ante el siguiente sujeto. Ella se deja llevar, a veces corre y grita pero no lucha ni se defiende, para eso tiene a un hombre a su lado.

Ahora bien, Jupiter es una mujer y no tiene que recurrir a los golpes para solucionarlo todo, ¿cierto?. Digo,  Jupiter no tiene tiempo para aprender un arte marcial extraterrestre (con todo eso de que pasa siendo secuestrada) pero podría demostrar su valía desarrollando un plan para vencer a los tres sujetos en su juego, pero no. Ella simpatiza con el primero, acepta casarse con el segundo, y considera seriamente rechazar su herencia cuando el tercero se lo pide. Es una victima de las circunstancias que se deja llevar por ellas y sólo al final toma una tímida posición que, de todas formas, solo es efectiva porque cuenta con el respaldo de su hombre.

Lo único que disfruté de la pelicula fue la idea de que Jupiter representaba al espectador, que mientras ella se dejaba llevar y esperaba sobrevivir a esa atroz experiencia, nosotros, los espectadores, haciamos lo mismo. Y que al final, cuando ella regresa a la tierra y se llena de felicidad lavando inodoros, arreglando camas y limpiando cocinas, nosotros, los espectadores, retomamos nuestras actividades cotidianas alegremente con la convicción de que nada que hagamos en los proximos días será peor que ver Jupiter Ascending otra vez.

martes, 10 de febrero de 2015

41. Los sueños del fin del mundo

No sé si sea alguna aberración mental, pero sueño con el fin del mundo a menudo. Lo he visto ser destruido por olas kilometricas, incendios globales, invasión extraterrestre, ataque de payasos zombies, supernova, extinción del sol y, en al menos una ocasión, por carencia de lapices de colores.

Lo de las olas tiene más prevalencia en Cartagena, y lo de que el sol se apague sólo lo he soñado en Bogotá. Pero el más raro de todos los sueños es uno relativamente reciente, lo he soñado sólo tres veces, y consiste en que el mundo se acaba porque no puedo volar.

El sueño siempre empieza conmigo volando, llevo sobre mi espalda a una mujer que llamo Luisa Lane (porque estoy convencido de que en el sueño soy Superman) y en un brazo llevo sujeta a otra persona a quien nunca veo claramente. Soy consciente de que el mundo se está acabando, y de que sólo yo puedo hacer algo para que no se destruya por completo. No sé por qué se acaba, pero soy Superman entonces es lógico que yo pueda arreglar la situación, cualquiera que sea. El asunto es que al principio vuelo facilmente, y nos acercamos a una isla. Sobrevolandola empiezo a sentir que me cuesta volar. Para no matarnos, aterrizo y respiro profundo para relajarme. Estar ansioso hace que sea dificil volar, creo. Luego, Luisa se me monta en la espalda, agarro a la otra persona, y empiezo a volar... Bueno, salto esperando volar pero no pasa nada. Cojo carrerilla y no puedo volar. Me acerco a un precipicio ( solo, porque soy Superman y si me caigo no me pasa nada, pero Luisa y la otra persona si podrían lastimarse) y salto al vacio. Me doy durisimo contra el piso, pero no vuelo. No me mato en la caida, asi que no he perdido mis poderes, simplemente se me olvidó como volar. Entonces veo el fin del mundo, una luz roja, acercarse por el horizonte y sé que tengo que volar para salvar el mundo, y a Luisa, y a la otra persona, pero no puedo. Me concentro, me relajo, como chiclets, hago yoga, me trueno los hombros, hablo con un señor que me mira curioso, saltó en una pierna, leo a Cortazar, observo la luz esperando que la adrenalina del miedo me haga volar por instinto, rezo, lloro, levanto rocas gigantescas, lo intento todo pero no puedo volar. Entonces el fin del mundo nos alcanza y morimos.

Pero el sueño nunca termina cuando muero porque es como una especie de "Dia de la marmota" para superheroes. Vuelvo a estar volando, vuelvo a perder la capacidad de hacerlo, ensayo cosas que no he probado, hablo con nueva gente, abrazo a Luisa, busco Kriptonita, enloquezco con paranoía, corro de un lado a otro, llamo a los superamigos, decido seguir el camino nadando (porque tengo que llegar a donde iba para salvar el mundo). Repito y repito el mismo sueño, el mismo escenario hasta que lo resuelvo, hasta que puedo volar de nuevo, tomo a Luisa y a la otra persona, y seguimos volando y salvamos el mundo.

He soñado ese sueño unas cinco veces, nunca había querido contarselo a nadie porque creo entender lo que dice de mí. Hoy lo cuento porque, bueno, es mi tarea y porque es la primera vez que lo sueño y me despierto cuando se acaba el mundo. Por primera vez no hubo segunda oportunidad, en esta ocasión tenía una sola vida y dejé que un universo entero muriera de forma definitiva por no ser capaz de alzar el vuelo.

lunes, 9 de febrero de 2015

40. Hijos

"A mi me gustan los niños, depende mucho de como se los prepare pero suelen saber bastante rico."

La anterior es una de esas frases hechas que repito a menudo. Lo cierto es que no me agradan los niños, mucho, pero durante mucho tiempo pensé en que sería lindo ser padre de una niña. Hubiera querido una hija porque fuí niño y creo que todos los niños suelen ser, por naturaleza, personas horribles; en cambio, nunca he sido niña y por eso puedo pensar, con la inocencia del ignorante que no sabe en qué se está metiendo, en tener una y ser feliz, o algo similar.

En algún momento andé con alguien con quien nunca se habló de hijos pero en cierta forma se daba por hecho que era algo que ambos, más o menos, habíamos aceptado como parte de la vida. De vez en cuando nos golpeabamos con el codo y señalabamos a una niña o un niño, entonces deciamos algo como: "Nuestra hija no se pondría esas cosas" o "nuestro hijo tendría prohibido jugar ajedrez, qué horror" y otras cosas por ese estilo. Se daba por hecho pero jamás nos dijimos frente a frente que en nuestra visión de futuro hubiera niños. En mi caso, me gustaba jugar con esa paternidad hipotetica pero no me hubiera sentido cómodo con una paternidad real, no me sentía lo suficientemente inteligente, responsable y maduro para encargarme de mi propia crianza ( a pesar de que llevaba años haciendolo), mucho menos me gustaba la idea de tener el futuro, la vida y el crecimiento de otra persona.

Eso cambió, sin embargo, cuando soñé con mi hija. La vi, frente a frente, jugando en un parque y sonriendo, la vi correr, la vi abrazarme, me sentí lleno de una felicidad distinta a todo lo que había experimentado. Entonces desperté y se me ocurrió que quería una hija a la que llamaría Emilia. Y la felicidad del sueño me llenó por semanas. Yo sé que emocionarse por un sueño es bastante estupido, el sueño no es real, no es una profecia. No soy tonto, pero me hizo ver que uno nunca está preparado y que yo tenía caracteristicas que podrían hacerme un padre decente.  Pensé entonces que sí me gustaría tener hijos, eventualmente.

Ultimamente ya no estoy tan seguro. Evidentemente no quiero tener hijos ahora, "después" siempre parece un mejor momento para hacerlo. Y quizás Emilia haya sido solo la consecuencia de ver demasiados capítulos de Gilmore Girls seguidos. En todo caso, el año pasado conocí a una mujer que me recordó a Emilia, y me sentí feliz de saber lo increible que podría haber sido. Con eso cerré el capítulo, me despedí de mi paternidad y hoy, cuando me preguntaron si tener hijos hacía parte de mis planes a futuro, pude decir con toda honestidad que no, que yo era un soltero feliz y que no planeaba ser otra cosa.

Planear es quizás la palabra clave. Uno planea pero la vida es una caja de sorpresas y uno nunca sabe quien va a ser mañana.

domingo, 8 de febrero de 2015

39. Adaptarse

Quienes me conocen saben que mi animal favorito es probablemente el ornitorrinco. Me gusta porque es anfibio, es el único mamifero venenoso y porque su apariencia engaña. Si uno lo mira descuidadamente piensa que tiene pico de pato, pero en realidad tiene una nariz que parece un pico y bajo la nariz tiene una boca.  Me gusta también porque ha sabido sobrevivir a pesar de sus falencias, me parece un simbolo perfecto de la recursividad. Si se extinguieran los ornitorrincos empezaría a preferir a los anfibios en general, los anfibios me son simpaticos porque son adaptables.

Uno de los mayores riesgos que corre la gente es acostumbrarse a hacer las cosas de cierta manera hasta el punto de olvidar que existen otras maneras de hacerlas. Es como ocurre con los ingenieros, que a fuerza de pasar cinco años usando calculadoras, para facilitarse el trabajo, luego les cuesta hacer los calculos en papel o en su cabeza. Uno adopta ciertas herramientas para facilitarse la vida, pero esas herramientas no son la vida.

Igualmente, uno adopta una ética, una estrategia de trabajo, un sistema de producción, una lógica segun la cual ciertas respuestas corresponden a ciertas acciones. Uno adopta estas cosas porque tienen sentido en el momento, pero pueden perder el sentido cuando el mundo se transforma. Por eso, para estar preparado para el cambio del mundo, es que debemos estar siempre ejercitando nuestra capacidad de dudar, porque el mundo va a cambiar, eso es inevitable.

Las ballenas vivian en la tierra hace millones de años y un día volvieron al mar. Fue su manera de adaptarse al cambio de las condiciones. Es probable que entonces les resultara más sencillo alimentarse en el mar que en la tierra, y volver fue una decisión inteligente: sobrevivieron y prosperaron. Pero si, ahora, el mar se convirtiera en un ambiente peligroso para ellas, si necesitaran volver a tierra para sobrevivir, estarían condenadas. Son demasiado grandes, están demasiado adaptadas al mar, no dejaron espacio para otras opciones.

No podemos ser como las ballenas, debemos siempre dejar espacio para nuevos caminos, tener una maleta lista para mudarnos en cualquier momento, tener la mente abierta a otras formas de hacer las cosas. Debemos ser, pues, más como los anfibios y los ornitorrincos, capaces de sobrevivir en diversos ambientes.

viernes, 6 de febrero de 2015

37. ¿Cómo sabes que no te gusta si no lo has probado?

Yo tengo una relación complicada con los lacteos. Ciertos quesos me enloquecen, me gusta el helado y creo que la leche sola sabe bastante rico; pero, al tiempo, detesto casi todos los demás productos lacteos, particulamente el suero. Tampoco siento ningun cariño por el mote de queso.

Crecer en la costa y no comer suero, lo obliga a uno a superar periodicamente una serie de interrogatorios de parte de la gente que no puede entender cómo se puede vivir sin comer suero a diario en cantidades industriales. Siempre me preguntan si he comido suero, y yo les respondo que, desde muy niño, el solo olor del suero me repugna. Entonces me dicen que lo que pasa es que nunca he comido suero del bueno, que cuando lo pruebe no querré dejar de comerlo.

Algo similar ocurre cuando me ofrecen mote de queso y digo que no lo como. Me dicen que es que la gente no sabe hacerlo, que si como el que me estan ofreciendo quedaré enamorado para siempre del mote porque no hay cosa más deliciosa sobre la faz de la tierra( con la obvia excepción del buen suero).

A lo que quiero llegar es a que la gente cree que porque algo es normal, interesante o sabroso para ellos también debe serlo para todo el mundo. Yo pienso que estoy muy abierto a las nuevas experiencias pero hay cosas que simple y llanamente no me interesa probar.

Hoy, viernes, fuí a una reunion de cumpleaños en la que me ofrecieron mote de queso. En vista de que estaba en casa ajena y que no quería hacerle un desplante a la anfitriona, hice de tripas corazón  y me apresté a tomarmelo. Lo olí y no olía a mote, tampoco tenía su color característico. Lo que sí tenía era un par de bloques de queso flotando que parecían más mozarella que queso costeño. Con los ojos cerrados probé la primera cucharada. No sabía rico pero no me disgustaba, sabía a ñame. Me tomé todo el plato y felicité a la cocinera. Cuando salímos le dije a mi amigo, que me había invitado: -No sabía a mote, ¿cierto?-. Me respondió que no, que no sabía para nada a mote. Me sentí feliz,

¿Por qué feliz? Porque ahora puedo decir que he probado el mote y que no me gusta. Pero también  puedo afirmar que jamás he comido mote porque por su olor puedo reconocer que no me va a gustar. Ahora tengo lo mejor de dos mundos: la experiencia y el prejuicio.

Mi punto, finalmente, es que hay cosas que uno sabe que no quiere comer, vivir, probar; aunque le guste a medio mundo, aunque el 99% de las personas sientan que vivir, probar, comer esas cosas es lo normal.  Uno tiene el derecho a decir no y a vivir la vida con las ausencias que uno mismo ha sabido elegir. Hay, en mis palabras, algo más profundo que defender mi disgusto por el suero, es sólo que es algo que todavía estoy pensando y que no sé si esté listo para compartir.

jueves, 5 de febrero de 2015

36. Atreverse

Nota preliminar:
Hoy me dí cuenta de algo. Quizás te suene pretensioso y egocentrico, pero lo voy a decir de todas formas: soy un muy buen escritor. Me puse a leer todas mis entradas de este año y alrededor del 90% están bastante bien. De vez en cuando digo estupideces, o me da por hablar de cosas aburridas, pero en general me gusta todo lo que he escrito y eso me alegra.


Cuando empecé a escribir este blog el año pasado quería que me sirviera para mantenerme practicando constantemente y este año lo hice porque sentí que el año pasado me había permitido aclarar algunas cosas en mi cabeza. Es cierto que he sido desordenado en las actualizaciones y que he tenido más fallas este año que el año pasado para estas fechas, pero viendo los resultados me siento con más ganas de seguir escribiendo.

Hace un par de meses que quería hacer algo que me retara fisicamente, algo dificil, una manera de probar que tan en mala forma estoy. Definir un punto de inicio para volver a ejercitarme.

Hoy se me ocurrió una idea loca. Si me conoces de hace años, sabes que cuando estudiaba en la javeriana vivia en el mismo lugar en que vivo ahora,y al menos una vez por semana me regresaba caminando. Pienso que la distancia son unos 9 kilometros en linea recta, pero como la ciudad no es recta quizás fuera un poco más. Mi idea era volver a hacerlo, claro,entonces era joven, bello y fuerte, pero ahora mi maleta pesa menos. De alguna manera se me ocurrió que compensaba. No lo hace, además hoy me dirigia veinte calles al sur de la javeriana, era un trayecto veinte calles más largo.

Según google, si hubiera caminado en linea ( o volado) hubiera tenido que recorrer 11 kilometros. Más o menos por el kilometro 9 me empezó a molestar dos dedos que parecían estarse frotando y los sentía calientes como si me fueran a hacer vejiga. Seguí caminando porque decidí que no iba a rendirme estando tan cerca. Me alegra no haberlo hecho; seguro, mis piernas están cansadas pero estoy contento de haber logrado llegar.

Creo que es importante atreverse a ver que tan lejos se puede llegar, y luego entrenarse para poder llegar más lejos. Eso intento hacer con muchas cosas en mi vida, y esto de caminar me mostró otra cosa, voy a hacer el recorrido dos veces por semana ( o tres) hasta que me parezca sencillo. Puede tomar meses, pero estoy dispuesto a comprometerme.

miércoles, 4 de febrero de 2015

35. ¿Te acuerdas de Óscar?

¿Te acuerdas de Óscar?

Sí, sí lo conociste, tienes que haberlo conocido, se graduaron el mismo año. Tuviste que haberte cruzado con él en alguna clase. Era un chico alto con el pelo crespo y largo. ¿No te suena? Es el mismo que una vez nos dijo que quería ir a ver fantasmas en la candelaria y que ya había hablado con los dueños de una casa.
 
¿Ves que sí lo conociste? Vale, hazte para acá, lejos de la ventana. Anoche me llamó. Eran como las dos cuando me despertó el celular. Vi el número y pensé que es una falta de sensibilidad llamarlo a uno a esas horas desde un teléfono desconocido, pero cuando volvió a llamarme le contesté porque, aja, me parece maleducado no contestar cuando a uno lo llaman dos veces seguidas.

─ Men, es Óscar ¿qué?, ¿estás en tu casa?
─ Bueno y ¿dónde más quieres que esté a esta hora?
─ Vale, esperame que ya llego por alla.

Y me colgó... Me sentí tentado de llamar al portero y decirle que había un sujeto persiguiéndome y que si llegaba a un buscarme un tipo, así y así, llamara a la policía. Pero pensé que debía tener una razón para buscarme después de tres años sin vernos más que por Facebook, así que me vestí, me lavé la boca y bajé a esperarlo.

Cuando llegó me abrazó y noté que estaba temblando. Su gesto duró un poco más de lo recomendado por los manuales de urbanidad y pude sentir la mirada reprobatoria del portero en mi nuca.

Tú nunca lo conociste bien; él siempre fue así, muy afectuoso y expresivo. Le indiqué el ascensor y le dije al portero: ─Lo acaban de atracar y quedó como turuleto─ el tipo me respondió con un mhm que me sonó algo prejuicioso.

En el apartamento, aceptó tomarse una cerveza y empezó a contarme por qué me había llamado.

─ Mira, lo que pasa es que algo raro ha estado ocurriendo. Hace una semana recibí un mail que decía: Óscar, eres una mierda.
─ Spam, o ¿qué?
─ No, no era spam. Marica, ¡era un mensaje de verdad!. Y lo mandaba una vieja que dizque que yo me la había encontrado en la calle y la había convencido de que nos vieramos para hablar, y que ella había decidido darme otra oportunidad y yo nunca me había aparecido.
─ ¿Pero la conoces?
─ Es que ahí esta lo raro, yo nunca he oído su nombre en mi vida. Angela Muñoz, ¿te suena?
─ Nada, Ángela Muñoz, Angie Muñoz, Angelita, Ángela. Pues, mira, Ángelas conozco un poco pero no, así el nombre entero no me suena.
─ A mí menos. La vieja me escribió que dizque habíamos sido novios por tres años y que me había dejado por perro...
─ ¿Por perro? Jajajaja, está loca.
─ Ajá, eso pensé al principio. Pero la busque en Facebook y resulta que somos amigos, y no sé en que momento la agregué. Además, hay fotos suyas en que aparecemos ambos. Y no puedo ser yo pero no puede ser otra persona. Soy yo, marica, mi cara, mis manos, mi ropa, mi cicatriz en la frente. Me dio un poco de susto pero, aja, pensé que todo debía ser un chiste, una cámara escondida o alguna vaina así. No me preocupé, ¿ya? Y creo que debí haber hecho algo, pero no sé que podría haber hecho, osea, ¿uno qué hace en una situación así?
─ No sé... Se llama a la policía por usurpación de novias posibles o algo.
─ Men, no es un chiste, es en serio, mira... hoy... hoy pasó algo y... no sé....no sé.
─ Te mandó otro correo o ¿qué?
─ Ojala hubiera sido eso. Ojala... Mira, hoy llegué a mi edificio como a las once del trabajo y, nada más entrar, el celador me preguntó: ¿Bueno, y usted en que momento se me salió? Se rió y no le pare bolas. Cuando llegué a mi piso me di cuenta de que la luz de mi apartamento estaba prendida, se salía por debajo de la puerta. Y mira, no sé si me creas pero te juro, te juro por mi madre, que me escuché hablando allá dentro. Y entonces me acordé de lo que el portero me había dicho. Él ya me había visto entrar..., yo tenía mis llaves en la mano, las volví a guardar y salí corriendo. Le dije al portero que iba a comprar algo y me fui.
 ─ Y ¿entonces, me llamaste?
─ No... me quedé pensando en qué iba a hacer, es que, si tengo un doble ¿cómo carajos averiguó donde vivo? ¿Y cómo consiguió las llaves? Me metí en un carulla 24 horas y caminé y caminé hasta que se me ocurrió llamarte.
 ─ Ajá y ¿por qué a mí? 
─ Porque sé donde vives y porque tú siempre has sabido de esas vainas, yo no. No sé si volver a mi apartamento mañana, no sé si ir a trabajar, no sé si debo contar todo esto a mis amigos, no sé qué hacer y tú eres muy inteligente. Dime qué hago.

Nos quedamos hablando hasta que amaneció,entonces se acostó en mi sofá y se quedó dormido. Yo me bañe, me tomé un café bien negro y me vine para el trabajo. Antes de salir lo ví allí, dormido y le escribí una nota diciendole que se tomara las cosas con calma, que en la nevera había comida, y que si quería cambiarse del sofá a la cama, por mí, no había problema.

Te preguntarás por qué te cuento todo esto si a duras penas conoces a Óscar, vale, lo que pasa es que desde que llegué a la oficina lo he estado viendo allí al frente. Mira disimuladamente, ¿sí lo reconoces?

 ¿Ves que sí habías tratado con él antes? Bueno, acabo de llamar al numero de anoche y el Óscar que dejé en la casa todavía estaba durmiendo.