Erase una vez
... un niño al que le
regalaron una guitarra
y se vio obligado a aprender a tocarla.
... un niño que
estaba aprendiendo a tocar la guitarra
pero le interesaba más el
silencio que la música.
... un niño que amaba
el silencio hasta
que escuchó a una niña tocar el violín.
... una niña que no
quería aprender a tocar instrumentos
musicales, pero a la que no le
hacían falta instrumentos
para exudar música por todos los poros.
... una niña musical
que sacudió el silencio
de un niño, y luego se fue.
... una niña que
creció podía hacer que el mundo
bailara, pero que jamás se dio
cuenta.
... un niño que
creció para convertirse en un joven
que extrañaba una época en la
que el mundo parecía
tener ritmo, en que las canciones le hablaban.
... un niño y una
niña que crecieron y volvieron
a encontrarse, y se hicieron amigos,
como debería
haber sido desde el principio, y sus vidas,
su silencio
y su música se entrelazaron.
... dos niños que
habían crecido y se sentían felices
juntos, completos, cómodos y
creyeron que podían
quedarse así para siempre.
... un ahogado que
atinó a cruzarse en la playa con estos dos
niños que habían
crecido, que tenía la piel pálida, los brazos
doblados y rígidos,
y la boca espumosa como la boca de una
perra que la niña había
tenido. Un ahogado que los tocó a
ambos, que estremeció los
cimientos de sus vidas.
... una niña que miró
su futuro y se sintió sola, sola, sola
y quiso salir corriendo, sin
jamás detenerse, huir y huir
hacia donde no pudiera alcanzarla la
muerte.
... un niño que miró
su futuro y se sintió débil, débil, débil y
quiso enterrarse bajo
la arena y nunca más volver a salir.
... una promesa que un
niño que se sentía débil, débil, débil,
que no se enterró bajo
la arena, le hizo a una niña que se sentía
sola, sola, sola, que
unos meses después empezaría a correr
hacia un lugar en el que la
muerte no pudiera alcanzarla.
... una niña que se
convirtió en mujer y se mudó a otro país
con su mejor amiga y que
corría hacia todos lados a la vez,
que estaba en todas partes al
tiempo, que dormía apenas
lo justo para nunca quedarse demasiado
quieta,
a la que la muerte alcanzó.
... un carro en el que
iban dos mejores amigas, una mujer
que corría y una mujer que
bailaba. Un carro que
salió de su vía por un par de segundos.
... un par de segundos
que fueron suficientes para que dos
carros se encontraran frente a
frente, para que un cinturón
de seguridad defectuoso fallara, para
que las vertebras
de una mujer se rompieran, para que un mundo entero
se viniera abajo, para que todo diera vueltas y vueltas;
para que la
mujer que corría supiera que no podía huir.
... una mujer que
bailaba que perdió el uso de sus extremidades,
pero que jamás quiso
culpar a su amiga.
... un hombre llamado
Julio, que siguió al lado de la mujer que
bailaba, a pesar de todo.
Un hombre que sabía muy bien a
quien culpar, no al destino, no al
cinturón, no a la suerte ni
a Dios sino a una mujer que había
conocido toda su vida.
... una mujer que
corría que descubrió que estaba sola, sola,
sola y cansada. Una
mujer que había estado sufriendo de
intensos dolores de cabeza, que
en ocasiones olvidaba
lo que estaba haciendo, a la que cada vez le
costaba
más trabajo leer. Una mujer que estaba muriendo
y demasiado
cansada para luchar.
... un hombre que se
sentía débil, débil, débil. Un hombre
que quería enterrarse bajo
la arena y no lo hacía
porque alguien lo necesitaba. Un hombre al
que
le recordaron una promesa y aceptó cumplirla.
... una mujer que ya
no tenía fuerzas para correr, que había
decidido morirse, y un
hombre que había prometido no
dejarla sola pero empezaba a
cuestionarse si quizás podría
salvarla. Una mujer que le abrió la
puerta un día, y ante
sus ojos, sin avisarle antes, se tomo un vaso con pastillas
pulverizadas. Un hombre que la ayudó a acostarse en
los
cojines fosforescentes que componían la sala de la mujer,
y se sentó al lado de ella a contarle las últimas historias.
...
una mujer a la que la muerte alcanzó en veintiún minutos
y un
hombre que sostuvo su mano todo el tiempo
aunque se sintiera otra vez
débil, débil, débil,
y le temblara todo el cuerpo. Un hombre que
puso
bajo la nariz de la mujer un espejo. Un hombre que
abandonó el
apartamento sin que hubiera
pasado media hora desde que había
llegado.
... un hombre que se sentó en las escaleras
temblando y
sintiéndose débil, débil, débil. Un hombre
que pensó
en que siempre era ella la que se iba
primero, la que lo abandonaba,
la que se llevaba la música
y le dejaba a él sólo un silencio que
pesaba más que
antes de que ella llegara.