Hace unos días, en la clase de maestría estabamos discutiendo que hay varias perspectivas desde las que hacer arte. Entre ellas está la de esa gente que ve el arte ( de cualquier naturaleza) como algo que fluye de una fuente superior, como si un duende, ángel o dios(a) juguetón(a) les dictara cada palabra. Son gente que no se cuestiona sobre lo que escribe, se cuestiona, sí, como se escribe, buscan palabras enrevesadas, tienen una ortografía perfecta y pueden escribir una frase sin ninguna ambiguedad gramatical. En consecuencia paren bodrios aburridos pero excelentemente escritos.
Hoy, miercoles, asistí al lanzamiento de un libro. Y el autor era un tipo así, leyeron unos textos seleccionados y ninguno valia la pena. Me aburrí soberanamente escuchandolo. Lo único positivo de la velada fue que se me ocurrieron dos cosas, una idea para una carta-cuento que publicaré mañana y una frase para contar el mundo en el que creo: creo en un mundo como un árbol que se levanta del suelo.
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