viernes, 20 de febrero de 2015

51. La máscara de la muerte roja

Edgar Allan Poe escribió varios de mis cuentos favoritos: El barril de amontillado, El gato negro, Los asesinatos en la Rue Morgue, El escarabajo de Oro, William Wilson y El extraño caso de M. Valdemar. Cada uno de ellos magistralmente escritos. Pero mi cuento más querido no es ninguno de ellos sino La mascara de la muerte roja. Yo sé que mis lectores, si existen, son gente informada que se saben al derecho y al revés toda la bibliografía de Poe, sin embargo me gustaría recordar rapidamente el argumento de la historia.

Resulta que una enfermad, la muerte roja, estaba azotando al mundo, las personas morían por doquier y un principe, preocupado por su propia vida, se encerró en su palacio con varios de sus amigos más cercanos ( unos cien), provisiones para años y los sirvientes de confianza necesarios para que él y sus amigos vivieran en condiciones de gente rica. Las puertas fueron selladas, y  seis meses despues, para celebrar que todos seguían vivos, el principe decretó que había de celebrar una fiesta de máscaras, entre las personas presentes aparece alguien disfrazado de la muerte roja. Es un traje estrafalario que causa temor y molestia en todos lo que lo ven, ya que es una especie de irrespeto disfrazarse de la cosa de que se está huyendo. El asunto acaba en que el principe lleno de rabia ataca a la persona disfrazada de la muerte roja, pero antes de poder lastimarlo, pega un grito y cae muerto en el piso. Antes del amanecer todos los demás habitantes del palacio yacen muertos en los salones y pasillos.

Me encanta la muerte roja porque siento que nos enfrenta con la inevitabilidad del destino, igual que lo hacían las tragedias griegas en que, aunque se conozca el destino, todas las acciones que uno cree realizar libremente nos llevan a cumplir lo que ya estaba escrito. Otro excelente ejemplo es una historia que he escuchado en varias versiones:

"Cita en Samarra ( versión de Gabriel García Marquez)

El criado llega aterrorizado a casa de su amo.
-Señor -dice- he visto a la Muerte en el mercado y me ha hecho una señal de amenaza.
El amo le da un caballo y dinero, y le dice:
-Huye a Samarra.
El criado huye.
Esa tarde, temprano, el señor se encuentra a la Muerte en el mercado.
-Esta mañana le hiciste a mi criado una señal de amenaza -dice.
-No era de amenaza -responde la Muerte- sino de sorpresa. Porque lo veía ahí, tan lejos de Samarra, y esta misma tarde tengo que recogerlo allá. "

Y no sé. Hoy me provocaba hablar de la inevitabilidad del destino porque, a veces, uno necesita sentir que hay algo inevitable en las cosas que pasan para no desanimarse del todo. 

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