Hace
una semana exacta encontré un libro que no sabía que estaba
buscando: Cuentos
Escogidos de Maximo
Gorki. La edición es de Editorial Progreso de Moscú, que es una
editorial cuya misión principal desde su fundación en 1931 hasta
1991 consistió en publicar, en 51 lenguas diferentes, libros
sovieticos cuya lectura aportara la difusión de la moral y las ideas
marxista-leninistas. En el prologo a los cuentos, se hace especial
énfasis en el crecimiento político del autor y en su literatura
como una herramienta para criticar el capitalismo, la burguesía y
los crímenes del viejo mundo. La selección de cuentos, en
consecuencia, responde más a la congruencia de estos con respecto a
la doctrina que a su calidad literaria.
De
esta pretensión de convertir la literatura, el arte en general, en
un arma política, habló Cortazar en su primera clase. Para él era
muy claro que una cosa era reconocer en las obras literarias
elementos, temas e ideas fruto del contexto político-social en que
son concebidas y otra cosa era producir, ya de manera directa, arte
comprometido. El escritor es un ser sensible al mundo, y era
inevitable que los escritores latinoamericanos que se encontraron
viviendo y produciendo durante las dictaduras militares, las
revoluciones latinoamericanas, la guerra fría y el mayo del 68,
tomaran partido. Por eso Cortazar reconoce una etapa histórica en su
escritura y Vargas Llosa escribe La fiesta del chivo.
Hacer
literatura pensando en que toda palabra debe cumplir con un requisito
proselitista es limitar las posibilidades literarias de la obra. Se
encuentra tan contextualizada, en engastada en su tiempo, que no
tiene sentido en ningún otro momento histórico. Quizás esto suene
exagerado pero es cierto, pensemos en que tan legibles resultan las
caricaturas políticas de hace un año, cinco años, diez años,
veinte años, y veremos que mientras más nos alejemos del presente
encontraremos menos elementos reconocibles, hasta que lleguemos a
nuestra infancia y descubramos que somos efectivamente analfabetos
porque ni los simbolos ni las frases nos resultan más que vagamente
reconocibles.
Pero
¿no puede tener, entonces, la literatura un significado político?
Sí, sí puede. Historia de Dos ciudades, de Charles Dickens, es una
critica de la revolución francesa; Farenheit 451, de Ray Bradbury
trata de la censura; Rebelión en la granja, de Orson Welles, nos
muestra los peligros del poder y la corrupción. Cada uno de los
libros mencionados nació en un contexto socio-político especifico
pero todavía pueden ser leídos, entendidos y disfrutados porque la
buena literatura no trata de comunistas, capitalista, masoquistas,
asesinos ni caníbales sino sobre la, tan trillada, condición
humana, y ésta es atemporal. Así, para mí, sigue teniendo sentido
leer a Gorki hoy en día, aunque cuando la unión soviética haya
fracasado y su prologo ahora lo encuentre folletinesco e irrelevante.
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