viernes, 30 de enero de 2015

30. Ciruelas Pasas

Me encanta el helado, me ha encantado toda mi vida. Actualmente uno de mis sabores favoritos es el ron con pasas, que no sabe a ron pero tiene muchas uvas pasas. Cuando era niño nunca me gustó mucho. Era algo que comían los viejos, y las pasas aunque comestibles no eran realmente muy ricas. Pero si había algo que odiaba era las ciruelas pasas.

Las ciruelas pasas eran más grandes, más cauchosas, menos dulces que las uvas pasas, pero además tenian pepa y detestaba eso. Lo sorprendente es que aunque sigue sin gustarme mucho comerlas por sí solas, son un ingrediente indispensable para mi torta favorita. Amo el pudín de ciruelas pasas, amo su cubierta brillante, negra y deliciosa, amo su textura, amo su olor, amo todo de esa torta y me alegro mucho de algún día haberme atrevido a probarla. Pero no la hubiera probado sino fuera por una mujer.

A ella le entraban antojos extraños en la noche, estaba dispuesta a hacer cualquier cosa e ir a cualquier parte para satisfacerlos, y a uno, como acompañante, no le quedaba más que rezar para que encontrara lo que quería porque de otra manera se ponía triste y rabiosa. Una noche a eso de la 1 se le ocurrió que deseaba un trozo de torta,  nos montamos en su carro y recorrimos media bogotá buscando una pastelería abierta. Finalmente, un poco cansados, a eso de las 3 am, decidimos entrar a un carulla 24 horas y comprar todos los ingredientes para hacerla nosotros mismos.

La torta fue un desastre: se quemó y sabía extraño, no feo pero extraño. Yo culpo al sueño, a los estados alterados de conciencia, a que probablemente usamos algo dañado y a lo que usamos para medir. A fin de cuentas, nos metimos un trozo grande en la boca, nos reimos mucho y me enamoré de la torta porque siempre que la como recuerdo lo mal que quedó esa noche y todo el amor que le pusimos a hacerla.


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