miércoles, 28 de enero de 2015

28. Un libro

Hoy fui a la librería Lerner a buscar un libro que necesito para mi maestría. Encontré el libro en cosa de minutos, pero no pagué inmediatamente, me quedé allí deambulando por los pasillos de la librería, mirando (como hago a menudo) por encima los títulos, recorriendo con los dedos los lomos, oliendo el aroma de los libros reunidos. Buscaba una especie de reconocimiento, como una especie de Deja Vu literario y, como siempre, encontré un par. Tomé los libros indicados, los fotografié para comprarlos cuando pueda y seguí deambulando. Entonces busqué (obviamente, no puedo ir a una librería sin hacerlo) los libros que nunca encuentro pero que siempre espero que, por un error de burocracia, esta vez hayan sido ordenados.

Cuando ya había terminado de deambular, y me dirigía a la caja para pagar mi libro, me encontré con el libro Aullido, y sonreí recordando a una librera. A L, mi librera favorita, la principal razón por la que me sentí a punto de comprometerme con una librería especifica. Una librería a la que hace meses no voy, y me digo que es porque han surgido cosas, porque tengo compromisos inaplazables, porque no tengo dinero para comprar muchos libros, porque me queda lejos, porque no me gustan los timbres, pero en realidad ( y es algo que me cuesta admitir abiertamente) la principal razón es que no quiero ir y encontrar a otra persona detrás de la caja.


No es que estuviera enamorado de ella, porque no lo estaba, pero ella me agradaba inmensamente, la sentía como a una amiga, una compañera en el viaje de la literatura. Siempre tuvo comentarios divertidos, siempre me atendió y escuchó con una sonrisa. Y supongo que lo hacía porque ese era su trabajo y que yo no debía tomarmelo como algo personal, pero lo hice. La quería a mi manera tonta, pueríl e inocente. Nunca antes había querido a una librera, para mí siempre habían sido como carceleros de los libros; sí, estaban dispuestos a dejar que me los llevara pero no eran mis amigos, ni mis rivales, ni mis compañeros de viaje, no eran personas, eran automatas que me pedían dinero para dejar al libro en libertad.

Así que hoy vi el libro y me acordé de ella y una sonrisa me nació.

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