lunes, 19 de enero de 2015

19. La academia

Nunca me han gustado del todo las universidades, ni los colegios, ni los jardines infantiles. Claro, son un buen lugar para meter a los niños y jovenes para que no molesten mucho. Cuando salen ya son lo bastante mayores para que uno pueda relacionarse con ellos socialmente y no desear quemarlos vivos. De todas formas, a pesar de su innegable utilidad, no me gustó estudiar. Aclaremos, me gustó aprender pero jamás tuve una buena experiencia como estudiante.

No me gustaba el colegio, aunque ahora en retrospectiva prefiero el colegio en que hice mi primaria al colegio en que hice mi bachillerato. En el colegio estaba rodeado de niños insoportables que hubieran sido más utiles siendo convertidos en salchichas o Soylent green que en ciudadanos.  Yo tampoco era nada rescatable pero, siendo el centro de mi universo, no me hubiera querido convertir en el almuerzo de otra gente. Y luego las clases, en el colegio pretenden que aprendamos todo un universo basico de conocimientos sobre las cuales se podrá construir una profesión, o algo así. Y en principio estoy de acuerdo con ese plan, el problema radica en que me aburría escuchar como repetian las mismas cosas una y otra, y otra, y otra y otra vez. Dedicabamos dos meses al algo que yo había aprendido en la primera semana.

Ya lo dije antes, estoy de acuerdo con la existencia de los colegios, solo que no me gustó estudiar en ellos. Quizás ustedes piensen que la situación cambia en la universidad. Y hay cosas que son distintas, la gente es más grande y las clases son menos numerosas por lo que la cantidad de repetición innecesaria disminuye, pero en cierta forma la universidad es peor.

En las universidades abunda la gente harta (sobre todo en el area de las ciencias sociales y humanas) me refiero, obviamente (para mí, que estoy en mi cabeza), a esa gente que aprendió un monton de conceptos y ahora se siente iluminada, brillante, como si supiera algo que nadie más sabe, parte de un grupo de elegidos y ahora, como todos los elegidos, tuviera que predicar la palabra de Habermas, Foucault o la Buttler a todos los descreidos y regodearse en ella.

El gran problema de la academia es que nos hace olvidar la vida, el mundo real, diverso e infinito que habita más alla de la ventana. Uno no puede ver, de veras ver, el mundo y andar predicando.

Asi que mañana regreso a un sistema académico como estudiante y lo único en que pienso es qué tan hartos y misioneros serán mis compañeros. 

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