miércoles, 5 de febrero de 2014

Febrero 5

Siempre que dejaba que ellas se fueran sin decirles una sola palabra,  guardaba dentro suyo la esperanza de que volverían a encontrarse, y esa sería la prueba final de que estaban destinados a estar juntos. De que no solo se había sentido atraido, la había reconocido.

Sería como si hubieramos gravitado toda la vida hacia nuestro encuentro. Es quizas la noción más romantica y bizarra que jamás me haya pasado por la cabeza. Y cuando ocurrió, cuando de hecho me encontré con una de ellas, perdí la cabeza. Claro que ya ese día había empezado siendo un poco loco. 

Se había levantado en la madrugada emocionado y había lavado cuidadosamente cada centimetro de su cuerpo, sentado en el agua fría que salía de la regadera.  Luego se miro largamente al espejo y  al reconocerse dijo: Hoy no soy yo, soy Felipe Ruiz, excelentisimo y magnanimo conde de Veracruz.

De Veracruz... En serio.  Estaba a punto de ingresar a un grupo de teatro, y quizás fue un juego que me propuse para calentar o algo. Pero sí, en la tarde me presenté como el magnifico, excelentisimo y magnánimo conde de Veracruz. Delante de todo el mundo. Además estaba elegante. Mientras los otros usaban sudaderas y camisetas apretadas, yo lucía un hermoso pantalon de alguna tela fina y una camisa de lino, manga larga, que hacía juego. Era un Conde, no podía rebajarme a usar ropa común.

Entonces apareció ella. Era su primer día también. Ascendió por la misma calle por la que la había visto pasar unos días antes, y tenia en sus ojos la misma mirada decidida. Le sonrió con sus labios delgados, que a él se le antojaron hermosos, y dijo: Hola, estás solo? podemos hacernos juntos.

Así fue, en serio. Yo preocupado por tener que hacer solo los ejercicios de parejas ( o peor aún, con el director/tutor) y ella aparece mágicamente para decirme que los hagamos juntos. No necesité más nada para sentirme convencido, por los siguientes dos años, de que ella era la mujer de mi vida. Y si hubiese tenido alguna duda, esa misma noche las boté todas a la caneca y jamás volví para recogerlas.

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