miércoles, 22 de enero de 2014

Enero 22

El lunes ocurrió algo, estaba en las murallas con mis primos y me preguntaron si ibamos a caminar por ese trecho que es inclinado y más bien angosto. Les dije que no, que hacía mucho viento y que yo sólo quizás me atrevería a cruzarlo, pero que no podía permitir que ellos lo cruzaran; si les pasaba algo me iba a sentir mal el resto de mi vida. Cuando estabamos cerca vi a tres turistas cruzarlo, iban en fila y si bien los dos de atras iban bastante nerviosos, la de adelante iba con una seguridad que jamás había visto. Se devolvía, se inclinaba, saltaba, corría; estaba asombrado por ella;  tengo mucha experiencia cruzando por allí, y no me siento tan confiado. Es más, la última vez que lo hice sentí mucho miedo y tomé tres decisiones que hoy por fin puedo compartir en su totalidad. La primera es que iba a irme de la ciudad, aunque me diera miedo romperme, aunque tuviera de dejar todo lo que había construido, aunque no estuviera seguro de que fuera la mejor idea posible, porque no podía dejar que el miedo me paralizara, ni cuando caminaba sobre la muralla ni en mi vida. La segunda era que no volvería a cruzar por ese trecho a menos que sintiera la necesidad de recordar mi primera decisión.  La tercera era dejar de hablar con esas personas que no demostraban aprecio por mi.

Esa tercera decisión tuvo una razón muy especifica. Durante casi seis meses había estado conversando con una mujer muy chevere que me había empezado a gustar, mucho, mucho. Lastimosamente, a pesar de que conversabamos a menudo y nos escribiamos mensajes maravillosos, nos era muy dificil encontrarnos, ella siempre estaba ocupada. Un par de veces hicimos el intento, pero jamás se pudo, siempre se cruzaba una cosa o la otra. Pero todo estaba bien porque sabía que ella era sincera, no estaba intentando evitarme, en verdad estaba ocupada.  Excepto que no lo estaba... Es decir, sí estaba ocupada, mucho, pero luego encontraba fotos de ella, con amigos en común, tomando en la plaza de la trinidad. Y yo me preguntaba por qué nunca me invita si le agrado tanto, si ellos son buenos amigos mios. No pensaba mucho en eso, hasta ese día. Ese día ibamos a encontrarnos, ambos y unos amigos, para despedirla porque se iba para otro país.

Ya el día anterior había escuchado sobre todas las cosas que había hecho durante el semestre y me hería un poco el hecho de que jamás me invitara a ninguna de ellas, y que, además, jamás aceptara mis invitaciones. Pero no quería pensar demasiado en eso. Lo que pasó fue que ese lunes se colmó la copa, ibamos a encontrarnos cuando ella saliera de las prácticas y le había pedido que me avisara del lugar; no lo hizo, le avisó a todos sus otros amigos pero no a mí. Yo llamé a uno de ellos y le pedí que me dijera donde estaban, alla llegué. Para entonces ya había caminado por las murallas y me había pedido decidir si debía mantenerla en mi vida o cortarla de raíz.  Aún no sabía que pensar, pero esa noche me di cuenta de lo poco que le había importado durante todo ese tiempo, y me porté bien por una última noche antes de sacarla de mi vida.

Como último regalo, le mandé un texto relativamente largo y muy lindo que escribi para otra persona. Quería hacerle sentir todo lo importante que había sido en mi vida, quería que entendiera de verdad cuanto me había importado. Me sentí como si le estuviera mintiendo, quizás lo hacía, pero en ese momento no iba a ser capaz de escribirle nada lindo por más que me esforzara. A ella le encantó, no lo vió en el momento, pero luego lo leyó, imprimió y lo llevó con ella a todas partes, se convirtió en su tesoro secreto.


Al final, no sé si le importaba o no. Sé que en cualquier caso no se portó de la mejor forma conmigo y me merezco un trato mejor. Hice por ella lo unico bueno que mi corazón resentido aceptó, dejarle un lindo recuerdo.

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