Hace años me encontré con una anciana en la calle. Se acercó a
mí con su cabeza ligeramente torcida, y me rodeó sin quitarme los
ojos de encima. Ten mucho cuidado con las agujas y las cosas azules,
me dijo. Me reí, había crecido con los cuentos de hadas y había
aprendido muy bien que las dos cosas más espantosas y peligrosas que
existen eran las ruecas (que tienen agujas) y los principes ( cuya
piel, falta de sol, transparenta las azules venas de su rostro).
Evidentemente no me decía nada nuevo.
Te quedarás solteron si te vas ahora, me dijo cuando
notó que empezaba a alejarme. Le dije que de todas formas eso era
bastante probable en todo caso, pero me quedé. Yo puedo decirte
las tres claves necesarias para que reconozcas a las mujeres de
tu vida, y tras mantener el silencio y la seriedad, concluyo
sonriendo: y todo por un modico precio. Me sonreí con
sorna, es una vieja historia esa de vender secretos mágicos por
módicos precios, es todo una gran estafa, un gran truco, una manera
de burlarse de personas inocentes que sienten la imperiosa necesidad
de no quedarse solo...
Y cuando dices módico, ¿estamos hablando de cuánto
exactamente?. Con una seña simple, la anciana me indicó su
precio. Para entonces tenía algo de dinero pues me habían pagado
por un trabajo que me debían, aún así no me alcanzaba para
cubrir el total. Pensé en pedirle una rebaja, pero con esas cosas no
se juegan, yo no quería reconocer a las mujeres que casí iban a ser
trascendentales en mi vida, a la quinta o centesima mejor opcion para
enamorarme; quería reconocer a la mejor, a la número uno, a
la más precisa e indicada, a la que haría que mi vida diera vueltas
y que mi alma volara. Uno no puede correr riesgos con eso, así que
le propuse algo. Le dije que podía pagarle un tercio de lo que me
pedía, y que estaba dispuesto a contentarme (por ese mes) con la
primera clave, y que el proximo mes le compraría la segunda, y
finalmente, arreglaríamos un pago final por la tercera. Era algo asi
como comprar la felicidad a plazos, y teniendo en cuenta todo lo que
estaba en juego, salía hasta barata.
Le dí el dinero y ella susurró la primera clave a mi oído. No
tenía sentido, pero ella me explicó que tenía sentido si se
conocian los otros dos. Y que la segunda clave explicaba en parte la
tercera, pero que por sí solas ninguna de las dos tenía mucho
sentido, que la fundamental era la tercera, y que le había parecido
sabio dejar esa para el final para asegurarse el pago total. Qué
podía decirle, yo habría hecho lo mismo.
La cosa es que el mes siguiente asistí al lugar en que la había
encontrado, y no la ví. Tampoco nos cruzamos al día siguiente, ni
en toda la semana. Se me ocurrió que debería haberle pedido el
celular, que nunca acordamos donde encontrarnos, y que ni siquiera
sabía como se llamaba. Desde esntonces me hice una promesa que he
cumplido hasta el día de hoy, no volver creer en ancianas que
vendan claves o secretos para obtener la felicidad (a menos que
acepten tarjeta de crédito).
Desde entonces, ando por el mundo buscando a una anciana que posee
las claves que necesito para no quedarme solterón, e intentando
identificar a la mujer de mi vida con la pequeña y confusa
clave que poseo: Los felinos moteados despiertan temprano para no
perder una sola flecha. Si hoy
les cuento esto es para pedirles, implorarles incluso, su ayuda.
Cuentenme lo que piensan, lo que sea que se les ocurra, sus ideas
pueden marcar la diferencia para un escritor que no quiere envejecer
solo.
1 comentario:
¿A quién llamas anciana, a ver? y esa no es la frase, era algo como: Fijate en que tenga un conejo en la cabeza y no más de dos jaguares en entre el corazón y los riñones. Lo que para mí tiene mucho sentido.
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