domingo, 5 de enero de 2014

Enero 5

Me dan miedo los masajes. Lo descubrí esta noche, o bueno, ya lo sabia pero no sospechaba que la sola mención de la palabra masaje podía hacerme desear salir corriendo. Y no es que me estuvieran amenazando con darme un masaje, sino que mi  amiga me dijo: Sé dar unos masajes increibles pero sólo me gusta darselos a mi abuela. Me puse en tensión, las manos se me crisparon, y le dije: quiero salir corriendo.

Ocurre que siempre que me dan masajes me duele, mucho. Pero mi miedo proviene de algo más serio que eso, creo. Tiene que ver con una cierta resistencia que tengo a ser tocado. Igual que a cualquier persona, disfruto cuando una persona me acaricia la cabeza, me abraza o juega con mi oreja, son cosas ricas que se sienten bien, pero no me gusta que cualquier persona lo haga. Fui violado cuando tenía 12 años por una mujer mayor, y desde entonces siento una gran desconfianza por la corporeidad. A veces siento que el sexo, las caricias, lo placentero son sólo herramientas de dominación en la que alguien se somete a la voluntad del otro y se deja de pertenecer a sí mismo. No sé que relación tiene eso con mi temor a los masajes, pero no puedo evitar pensar que tal vez ambas cosas están conectadas.

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